viernes, 27 de marzo de 2015

Capítulo 42 de Dragonstones 1









HACIA VALYON, LOS REINOS DEL ESTE, Y AVEN


  En Silvanya ya estaban todos los preparativos hechos para partir. El Rey Almare viajaría junto a su hija, el príncipe, su nieto, y el gnomo Guizbo. Los elfos silvanos se quedarían en su pueblo, liderados por Máblung. Tan sólo un reducido grupo de elfos los escoltarían hasta Búrds. El camino no era peligroso. Saldrían del bosque iluminado por las praderas de los caballos salvajes, y siguerían atravesando más praderas, colinas y los campos de las afueras de Hobbt, hasta llegar al reino de Búrds, con uno de los puertos más importantes del continente.

El momento de la partida llegó.

Una carroza tirada por cuatro unicornios dirigidos por el gnomo Guizbo que ejercía de cochero, dejó Silvanya. Escoltada por dies elfos a pie, y un jefe de ellos e Isilion en unicornios, pronto salió del bosque iluminado. Almare, la princesa Mialee, y su hijo Joel iban en el interior de la carroza. Tras ésta, marchaban los unicornios del rey, de la princesa y del hijo de ésta.
Pasaron junto a las praderas de los caballos salvajes.
El pequeño Joel se alegró mucho al ver una gran manada de ellos pastando en aquellos prados. Los había de todos los tonos, y mezclados.

Siguieron avanzando… y horas más tarde, cuando los tres soles habían alcanzado su mayor esplendor, pasaron por los campos de los hobbits. Algunos de aquellos medianos, muy parecidos a los halflings, los saludaron al verlos. Ellos les respondieron del mismo modo.

Aquellas eran unas criaturas muy amistosas.

Tras dejar los campos de los hobbits, no tardaron en llegar al reino de Búrds. Los primeros burdenses que los vieron se extrañaron; no era habitual ver una comitiva de elfos… de modo, que esto sucedería mientras que estuvieran en el reino. Por lo general, allí podías encontrarte algún que otro elfo, pero no tantos juntos, a no ser que fuese en el puerto.

Momentos después, alcanzaron las puertas de la ciudad.

Búrds era muy variopinta. Distintas razas humanas habitaban en ella. Pero también podías encontrarte con medianos, ya fuesen kenders, haflings o hobbits, y con elfos, normalmente silvanos o marinos. Raramente podías ver algún enano, gnomo, fauno, minotauro, centauro o cualquier otra criatura mucho más extraña. En el caso de los elfos era distinto. Aunque, si te encontrabas con alguno de estos seres, solía ser en los alrededores del puerto, o en el mercado, una vez por semana.

Tardaron una hora en cruzar la ciudad, pero al fin llegaron al puerto.
Tras preguntar varias veces, consiguieron encontrar a alguien que había visto llegar un barco elfo.

Enseguida lo encontraron.

Todos se alegraron mucho con el encuentro… de todas formas, no tardaron en subir la carroza y los unicornios a bordo.

Enseguida partieron.

El Rey Almare, por suerte, no había empeorado, se mantenía gracias a su poción, en un estado semejante al que tenía en Silvanya.




Tristan se encontraba ensillando su robusto caballo, mientras esperaba a que aparecieran el enano y el kender. Poco después, los dos se presentaron montando sendos ponis. Todos estaban preparados para partir. Se habían equipado con muchas mantas y abrigo que llevaban atado a sus monturas. El viaje requería cruzar El Paso de Hielo nuevamente, y tanto el bárbaro como el enano, no tenían muy gratos recuerdos de su primera vez.
Salieron por las puertas del sur de la ciudad, que pronto dejaron atrás…

Momentos más tarde, alcanzaron el río cristalino por la zona que quedaba al sur del bosque iluminado. Pararon unos momentos para que sus monturas pudieran beber y descansar… llenaron sus cantimploras, y enseguida continuaron su viaje.
En poco tiempo, llegaron al Paso de Hielo.

Por suerte para ellos, hacía un día espléndido.

Comenzaron su recorrido, sobre sus monturas. En la anterior oportunidad, tuvieron que abandonarlas debido al tiempo y que eran demasiados; pero en esta ocasión hacía un día soleado.
Las patas del caballo y de los ponis se hundían en la nieve, pero mientras no llegaran a la parte que el paso se estrechaba y era de hielo, sus monturas podrían avanzar con ellos encima.
Esta vez lo peor eran las quemaduras que sufrían en la cara, pues el resto del cuerpo lo llevaban cubierto de pieles que se pusieron una vez llegaron al paso. Los rayos de los tres soles incidían sobre la nieve, que actuaba como un espejo… y los reflejaba con mayor intensidad. Además, conforme avanzaban, comenzó a levantarse un suave viento que dañaba aún más su piel. El que peor lo llevaba era el kender. Tristan, el bárbaro, y Gúnnar, el enano, eran de Nordia; estaban acostumbrados al frío y la nieve, y tenían la piel curtida, en cambio, Jim el kender, vivía en la llanura, en los verdes prados, donde hacía mucho menos frío. Por supuesto, ellos eran mucho más débiles que los bárbaros y los enanos, sobretodo, los nórdicos. Debido a ello, sufrían en sus pequeños cuerpos, mucho más las inclemencias del tiempo.

Llegó la noche y tuvieron que parar. Tras asegurar sus monturas, comieron algo de queso y pan, y bebieron vino para calentar sus gargantas. Luego, montaron una tienda de pieles que Tristan llevaba en su caballo, y se refugiaron del frío en ella, bajo las mantas.
El enano recordaba lo diferente que fue en la anterior ocasión, hostigados por la terrible tormenta.
Ahora, no la sufrían, y venían preparados, por lo que ocurriera. 


Llegó la mañana, y retomaron su viaje. No tardaron en llegar al estrecho camino de hielo resbaladizo, situado al borde del precipicio que era la ladera de la montaña. De modo, que bajaron de sus monturas y sujetando sus riendas, siguieron a pie, el resto del camino, que era nuevo para ellos… pues la última vez a parir de aquí siguieron su viaje subidos en las águilas gigantes amigas de Eléndil. Esta vez, no podrían hacerlo, y les quedaba la mitad del Paso de Hielo.
Tardaron unas horas en cruzar el estrecho camino del precipicio, con algunos sustos, casi congelados por el frío, y sin fuerzas por la falta de oxígeno en aquella altitud, pero al final, el camino fue ensanchándose y volvió a estar cubierto de nieve. Además, conforme el camino avanzaba, la altitud era menor. Con que decidieron subir ya a sus monturas, que habían tenido tiempo de recuperar algo de fuerza. Horas después de mediodía, terminaron de cruzar el Paso de Hielo, y se felicitaron por ello. Luego, pararon para comer y descansar, en el río de hielo; donde Tristan improvisó una pequeña caña, y tras hacer un orificio en la capa de hielo del río, pescó varios peces, que momentos después asaron para comérselos.




Días después de visitar al rey, tras descansar del largo viaje que hicieron desde su isla, Cesglan… los ángeles desplegaron las alas y dejaron Longoria, para iniciar un nuevo viaje; esta vez, hacia Aven, el pueblo de los hombres-pájaro.


El viaje era tan largo como el anterior. De modo, que quizás tuviesen que parar en algún momento para descansar o por que les anocheciera. Sobrevolaron el bosque iluminado y el río cristalino… más tarde, Zenoria… luego, la gran cordillera central… y tuvieron especial cuidado cuando sobrevolaron el cementerio de dragones, por si se encontraban alguno de ellos, o al dragón Ilrahtala. Pero tuvieron suerte, el dragón multicolor permanecía mucho tiempo en su cubil; y los demás dragones sólo acudían allí, cuando les quedaba poco para morir.
Intentaron sobrevolar el bosque de draconia, pero sus arboles eran tan altos… que pronto bajaron cansados, para internarse en él.
Estaba anocheciendo, y aquel bosque era un lugar peligroso. Así, que decidieron pasar la noche en Éawak, seguros de que aquellas criaturas tan amistosas les darían refugio hasta el día siguiente.

Estaban en lo cierto, en cuanto se presentaron, sus habitantes se alegraron mucho al verlos. Recordaban muy bien que el ángel había sanado a una de los suyos; de modo, que les dieron de comer y un sitio para descansar. Durante la comida estuvieron hablando con el Rey Shada. Le contaron hacia donde se dirigían y porqué. Éste les ofreció la ayuda de los suyos, y le dijo que cuando hablaran con los avens… fuese cual fuese su decisión, antes de marchar a luchar con los draconianos, se pasasen a por ellos.


Láslandriel e Ilene se lo agradecieron. 

viernes, 20 de marzo de 2015

Capítulo 41 de Dragonstones 1









RESPUESTAS A MUCHAS PREGUNTAS


   Kevin se encontraba en La Gran Biblioteca de Longoria. Le dijeron que fuese allí antes de iniciar su viaje. Que necesitaba conocer antes aquello que se iba encontrar. Allí encontraría las respuestas a muchas preguntas:
¿Qué fue La Orden de los Caballeros de Dragón? ¿Qué armas utilizaban y porqué eran tan importantes? ¿Qué era el cementerio de dragones y dónde se encontraba? ¿Porqué existía un mausoleo de aquellos caballeros en aquel sitio?, y sobretodo… ¿Quién era Ilrahtala?

La biblioteca se encontraba en la zona de la nobleza, muy cerca de La Gran Universidad de la Hechicería, junto a otras bibliotecas menores. Como los edificios de aquella zona, estaba hecha de mármol. Para poder entrar en ella, debías pertenecer a la nobleza o tener la autorización de algún noble. Kevin acudió con el bibliotecario real.
De familia noble, trabajaba en la biblioteca de palacio… y mandado por el rey, acompañó a Kevin a La Gran Biblioteca de Longoria.
Como pudo comprobar, la fama de la biblioteca estaba bien merecida. En su interior se hallaba la mayor colección de libros del mundo de Shakával.
Estaba compuesta de muchas plantas, y cada una de ellas estaba dedicada a un tema diferente. Kevin deseó que su amiga Susan hubiera estado allí con él. Recordaba su pasión por los libros, cuando vivían en La Tierra. Seguro que hubiese disfrutado en aquel lugar.
Enseguida, pudo comprobar que la gran mayoría de los presentes llevaba túnicas de magos o ropas de iniciados. Los demás, pertenecían a familias nobles. Solo pudo ver, acompañados como él, de algún noble, a varios jóvenes, al parecer pertenecientes a la zona pobre de la ciudad.

 Kevin siguió al bibliotecario real hasta la planta dedicada a la historia. Una vez allí, su acompañante se acercó hasta el encargado de aquella sección, y le pidió que le trajese tres libros. Instantes después, ya los tenía.
 -Toma chico. Ve a buscarme a la planta baja cuando hayas acabado… Estaré conversando con unos colegas -le dijo el bibliotecario real.

Kevin miró enseguida la cubierta de aquellos libros, y leyó: “Grandes caballeros de la historia”, “Máquinas, armas y otros instrumentos de guerra” y “Todo sobre dragones”.

Los tres libros eran grandes tochos. Seguro que sería un trabajo largo y cansado, que le llevaría varias horas. De modo, que comenzó de inmediato.
Tras hojear varias páginas del primero de los libros, encontró cosas referentes a los primeros caballeros de los que se tenía datos, todos ellos pertenecían a La Tercera Edad o Era de los Hombres. El libro hacía una breve referencia a las primeras edades conocidas como La Primera Edad o Era de los dragones y La segunda Edad o Era de las Razas. Para fastidio de Kevin, no hacía ningún comentario a la orden. Siguió leyendo páginas y páginas hasta que encontró La Cuarta Edad o Era de los Caballeros de Dragón. Detuvo su mano al instante, y cuando encontró algo sobre la orden, comenzó a leer:

A mediados de La Cuarta Edad, se formó La Orden de los Caballeros de Dragón, que más tarde dio nombre a ésta. Se formó con la intención de defender los distintos reinos del Oeste: Nordia, Lándorf, Búrds, Váyonned, Longoria, Mirania, Lipos y Gáizar… de los túnicas negras, que dominaban los reinos del este. Su creación sólo fue posible, gracias a Ilrahtala, el más poderoso de los dragones.
Existía un jinete y un dragón de cada color, por cada reino. Y, todo fue bien durante un tiempo… pero no todas las razas de dragón son benévolas. La roja y la negra tienden a ser infieles y traicioneros. Algo que supuso la decadencia de la orden, y la posterior muerte de los caballeros de dragón.
Tanto Ilrahtala como los distintos reinos, se negaron a volver a formar la orden; pues el poderoso dragón creyó que la culpa fue de los jinetes, y los reinos, que la culpa fue de los dragones”.

Kevin siguió avanzando páginas, pero no encontró nada más sobre la orden. Sólo supo que la edad en la que ahora se encontraban, La Quinta Edad, era conocida como La Era de Ízmer.

El chico decidió comenzar con el segundo libro…

Pronto le pareció aburrido. Sólo se hablaba de armas de guerra.
Pasó rápidamente las hojas hasta encontrar lo que buscaba… las armas de los caballeros de dragón.
Se quedó alucinado cuando supo que eran armas mágicas, creadas gracias a la magia de los túnicas blancas, y la de los propios dragones. Supo también que su poder estaba unido al de los dragones, y que la magia de ellas no se podía renovar sin el dragón de su jinete.
Ahora comprendió porqué le habían asignado aquella misión, y lo importantes que aquellas armas eran.

Por último, terminó leyendo el tercer libro.
Tras acabarlo, sabía que todos los dragones podían hablar, que tenían en cierto modo el mismo aspecto, que eran inteligentes, y que eran criaturas llenas de magia.
Existían ocho razas de dragón: la verde, la azul, la roja, la blanca, la negra, la de bronce, la plateada y la dorada.
Entre ellas se diferenciaban ademas de en su color, en su tamaño -el más pequeño el verde, y el más grande el dorado-, en su inteligencia -sucedía lo mismo que con su tamaño-, en su poder -idem de lo mismo-, en su fidelidad -los rojos y negros tendían a ser traicioneros-, y en si arrojaban fuego o hielo -los blancos eran los únicos que arrojaban hielo-. Se enteró también que Ilrahtala fue el primer dragón de la creación, que tenía ocho cabezas, una de cada color, y que era el más poderoso.
Pudo leer algo que ya sabía; que todos los dragones estaban conectados con la magia de las Dragonstones y la Piedra Multicolor.
Y supo que el cementerio de dragones se encontraba al norte del Paso de Hielo, entre la gran cordillera central y el bosque de draconia. Y que era el lugar al que los dragones viejos se retiraban a morir. Leyó algo sobre que allí se encontraba el mausoleo de La Orden de los Caballeros de Dragón, pero no ponía nada sobre que era y porqué se encontraba allí.

Una vez le entregó los libros al bibliotecario de aquella planta, bajo a la planta baja donde se encontraba el bibliotecario real.
 -¿Has encontrado la información que buscabas? -le preguntó éste.
 -La mayor parte de ella sí. Creo que con ello bastará.
 -Bueno amigos, debo dejaros.

Junto al bibliotecario real dejó la biblioteca y regresó a palacio.


Al día siguiente, él y su dragón Yúnik estaban preparados para iniciar su viaje.



   Su dragón había cambiado mucho en aquellos dos años. Ya no era el joven dragoncito de antes, había crecido mucho; aunque todavía no había alcanzado el tamaño adulto. A pesar de ello, ya podía lanzar pequeñas llamaradas de fuego, que no servían para acabar con un ejército; pero sí con dos o tres individuos de una sola llamarada.
Ahora que conocía a los dragones mejor, Kevin se sentía más unido a su dragón, podía sentirlo mientras sobrevolaba los campos del reino de Longoria, que estaban dejando atrás.
Pensó que pertenecía a la raza más débil, pero a él le daba igual… mientras estuvieran juntos, ambos serían fuertes.


      Yúnik, momentos más tarde, al ver lo callado que estaba Kevin, le preguntó:
 -¿Qué te ocurre? Acabamos de dejar atrás el bosque iluminado y el río cristalino, y prácticamente no has hablado desde que salimos de Longoria.
 -Perdona Yúnik. Pienso en Érik y Susan. No sé qué ocurrirá en ese cementerio. No sé si podré volver a verlos.
 -No lo pienses. Sucederá lo que deba suceder. De todos modos, no soy el mejor consejero. Nosotros los dragones tenemos sentimientos diferentes a los vuestros, los humanos. Sin embargo, creo que te preocupa más no volver a ver a la chica, que a su hermano. ¿No es cierto…? -dijo el dragón sonriendo.
 -¡Pero qué dices! Creo que era mejor cuando estaba callado - manifestó el chico, algo molesto.

Aunque Kevin no lo sabía, principalmente porque no lo admitía; Yúnik estaba en lo cierto. Sus sentimientos hacia Susan eran más intensos. Estaban cambiando. Ya no eran los mismos que antes. Sentía hacia ella algo más que amistad. Y cada vez, que se separaban, como cualquier joven en la flor de la vida que siente algo así, la echaba de menos.


Siguieron su viaje…

A lo lejos se vislumbraba la gran cordillera central que separaba el oeste del este del continente. El Paso de Hielo atravesaba aquella larga cordillera justo por el centro. Kevin ya lo había cruzado una vez, y los recuerdos no eran muy buenos. Ahora la situación era muy diferente.
Sus inmensos y blancos picos se vislumbraban desde muy lejos. Y en este momento, los tenían enfrente.
El cementerio de dragones se encontraba algo más al norte. Con que Yúnik giró y cambió levemente su rumbo. Les vendría bien, porque evitarían el terrible frío de los grandes picos nevados, que seguro les retrasarían.
Kevin pudo ver por primera vez allí abajo, los inmensos muros de la fortaleza enana. Rodeada de montañas, Zenoria aunque como Nordia estaba construida bajo tierra; a diferencia de ésta, que sólo tenía sus grandes puertas en el exterior… tenía una gran fortaleza de enormes muros pardos como las rocas de aquellas montañas, para defenderse desde el exterior de posibles ataques. El estilo se parecía, en cierto modo, al Sumerio y al Anatolio antiguo que Kevin había estudiado en La Tierra.

Pudieron ver los enanos que la defendían, pero éstos nos los atacaron…

…estaban acostumbrados a que los dragones sobrevolaran sus muros; tanto el habitat como el cementerio de los lagartos alados, no se hallaba lejos de allí.




Llegó a lomos de su unicornio negro.

Éric encontró La Academia de los Caballeros Longorianos justo donde Silvan le dijo, a medio camino entre los reinos de Longoria y Mirania.
Era una gran construcción rectangular, con un ligero aire medieval, aunque su estilo era mucho más innovador… parecido al de los edificios de la nobleza longoriana, -muy diferentes del estilo medieval; más parecido a estilos como el Bizantino, el Mogul tardío, el Otomano o el Safavid-, pero hecho de grandes bloques de tierra arcillosa, en lugar de piedra, mármol o cuarzo; y a diferencia del palacio, si tenía esquinas.
Éric pensó que la academia debía ser más antigua que los edificios de la ciudad. Seguramente, debieron construir la ciudad mucho después que la academia. Comenzando con un pequeño asentamiento, que más tarde dio lugar a ella.

Éric se acercó hasta la entrada. Dos guardias armados con lanzas y floretes, le salieron al paso. Arriba, en dos torres situadas a ambos lados de la entrada, había otros dos guardias armados con sendos arcos y otros dos floretes.
 -Quiero pertenecer al Cuerpo de Caballeros Longorianos. ¿Qué he de hacer, para ello? -les preguntó Éric.
Los dos guardias se miraron el uno al otro. Los dos pensaron lo mismo, aquel chico debía ser el joven de la profecía que montaba el unicornio negro.
 -Lo primero, conseguir una entrevista con Jéstad. Algo bastante difícil. Pero, tratándose de ti… quien sabe, quizá te la conceda.
 -¿Quién es Jéstad?
 -Él manda en todo lo que ocurre aquí, en la academia. Es el Superior.

Uno de los guardias fue enseguida a dar el aviso. No tardó en volver.
 -Tienes suerte. Le conté quien eras, y el Superior me dijo que te dejásemos pasar. Tiene curiosidad, quiere conocerte.

Momentos después, Éric se encontraba en la sala de audiencias. El Superior no se hizo esperar.
-Es un honor, que alguien como tú quiera ingresar en el cuerpo. Estoy al corriente de la ayuda que has prestado al reino. Por ello, me sentiría orgulloso de que pertenecieses al Cuerpo de Caballeros Longorianos.
 -Os lo agradezco, Superior. A eso he venido, quiero convertirme en uno de vosotros.
 -Has de saber que la vida en la academia es dura; y que no tendrás privilegios por ser quien eres. ¿Sigues queriendo formar parte de ella?
 -Sí, señor.
 -Aún puedes cambiar de idea.
 -No lo haré. Deseo formar parte del cuerpo.
 -Entonces… has entrado en la academia, chico.

Poco después, Éric recorría cada uno de sus rincones. Le enseñaron donde aprendería a combatir, las habitaciones, el comedor, donde aprendería la teórica y la estrategia. Luego le entregaron su nueva ropa de principiante, y la que sería su nueva cama; y le informaron sobre el horario que a partir de mañana debía cumplir. Al anochecer, comió por primera vez junto a sus nuevos compañeros, y se acostó a la hora indicada.
A la mañana siguiente, se presentó junto a los demás principiantes en la arena donde entrenaría por primera vez.
Cuando el instructor apareció ante ellos, a Éric le dio un vuelco el corazón. Se trataba del hombre por el que se había inscrito en la academia. Aquel que venció a todo un minotauro.

Su primer entrenamiento fue con el florete, arma principal de los caballeros longorianos. Su manejo era muy distinto del de una espada, así, que necesitaría mucho tiempo para acostumbrarse al cambio.
En las sucesivas clases, entrenó con muchas otras armas. Como era el nuevo, el resto de principiantes habían alcanzado un nivel que a él le resultaba difícil conseguir.
Tras una de las clases, Éric pudo hablar con Járeth. Le contó que vio su pelea con el minotauro, y, que desde entonces, quiso pelear como él, y, que cuando supo lo de la academia, se propuso pertenecer al Cuerpo de Caballeros Longorianos.
El instructor se sorprendió un poco, por todo, y le dijo que tendría que mejorar mucho con todas las armas. Sólo cuando considerase que estuviese preparado le haría una prueba. Si la superaba, pasaría del entrenamiento de principiante al de caballero.




Susan había iniciado junto a Erwlyn su noviciado como dama de compañía de la reina.
Todo fue nuevo para ella al principio. Pero con el paso de los días, fue acostumbrándose. Erwlyn la ayudó en todo lo que pudo, y ambas se hicieron muy buenas amigas.

La reina, que era muy observadora, le dijo un día a Susan que tenía aptitudes como däisien -lo que en la Tierra se conoce como relaciones públicas-.
A ella le sorprendió. Nunca se le hubiese ocurrido. De todos modos, aceptó el cumplido. Pero la reina fue aún más lejos… le propuso presentarse a las clases para convertirse en däisien. Le dijo además, que si algún día lo conseguía, podría realizar ambas funciones sin problema.
Susan no le dio una respuesta inmediata. Sólo le dijo que pensaría con tiempo su decisión.

La reina la comprendió, y le dijo que esperaría esa respuesta, el tiempo que ella necesitase.




sábado, 14 de marzo de 2015

Capítulo 40 de Dragonstones 1









LA FAMILIA DE LANA


   La noticia se difundió rápidamente por Longoria y los reinos de Mirania, Lipos, Váyonned, Búrds y Lándorf. La recompensa era muy tentadora, y el saber que con ello ayudarían a salvar sus reinos de los draconianos, alimentaba más aún las ganas de presentarse.
Silvan había mandado a cada uno, a personas de confianza de su ejército para supervisar cada reclutamiento.
Con todo, muchos intentaban hacer trampas, ofreciéndose, aún sin ser mayor de edad.

Fueron muchos los que se presentaron; incluso superaron las expectativas que en un principio esperaban. De modo, que los sacos de trigo que llevaron cargados en varias carretas a cada uno de los reinos, pronto se agotaron. Tuvieron que mandar a pedir más.
Pero ésto no fue un problema. Longoria tenía reservas suficientes para los dos próximos años.
Aunque en la capital no se recompensaba del mismo modo, los presentados también superaron con creces las expectativas.
Así que las personas que Silvan envió tuvieron mucho trabajo que hacer hasta reclutar a todos los que se presentaron.


Días después, los reclutados fueron llegando sucesivamente a Longoria. Tuvieron que montar un enorme campamento lleno de tiendas a las puertas sur de la ciudad para acogerlos a todos.
Por fin, el general Silvan hizo acto de presencia en el campamento. Cuando se reunió con los encargados de supervisar los reclutamientos, les preguntó a cada uno a cuantos habían conseguido reclutar… entre todos alcanzaban una cifra que jamás imaginó en uno de sus ejércitos: casi quince mil hombres. Sin embargo, presagiaba que no bastaría con tener un ejército tan numeroso, pues no sabían cuanto draconianos había, y si contarían con la ayuda de los dragones rojos.
De todas formas, ahora la realidad era otra. Debía darles a aquellos quince mil hombres que no sabían otra cosa que sus oficios, o trabajar la tierra, una instrucción mínima. Aún consiguiendo esto, su ejército no disponía de caballería, ya que no tenían caballos.

Y lo más difícil… como se las arreglaría para armar a aquellos hombres.


Con que fue a ver a su rey para informarle que el ejército ya estaba reclutado, y lo numeroso que era. Le preguntó también como lo iban a armar. Éste le dijo que no se preocupase. Con anticipación, él se había puesto en contacto con los enanos zenorianos, y les había dicho que les compraría todas las armas y armaduras que fuesen capaces de hacer hasta que volviese a ponerse en contacto con ellos. Los enanos aceptaron, y por lo que el rey sabía, ya podían equipar a más de diez mil soldados.

Con la tranquilidad de poder armar a sus hombres, Silvan junto a sus ciento veinticinco soldados longorianos comenzaron con la instrucción de los quince mil nuevos reclutados. Tardarían varios días en darles la instrucción mínima pero, esperaban que con ello fuese suficiente.




Lana le había dicho a su maestro que permanecería junto a él, hasta que éste se marchase. Para ella, ese momento había llegado. Eléndil partiría mañana. Se lo había contado días atrás. Ahora, se encontraba nerviosa. Antes que su maestro y ella iniciaran sus misiones, quería hablar con Silvan y visitar también a su familia. Así, que buscó el momento apropiado. 
Éste acababa de terminar una de sus instrucciones diarias cuando ella fue al campamento que habían improvisado en las afueras de la ciudad. Se acercó hasta su tienda, y avisó a los guardias que custodiaban la entrada. Minutos después, éstos la dejaron pasar.
Cuando entró, Silvan acababa de darse un baño. Estaba aún secándose el torso... de cintura para arriba estaba desnudo.
 -Perdón. Los guardias no me informaron. Si quieres, salgo un momento mientras terminas de vestirte -dijo ruborizada, y con la cabeza gacha.
 -No hace falta. Si les dí permiso para que pasarás es porqué no me importa. Has venido a verme, y yo estaba deseando verte también. Por cierto, te encuentro algo nerviosa. ¿Quieres decirme algo verdad?
 -Verás Silvan, sabes que Eléndil me pidió que en su ausencia fuera a aprender magia con una amiga suya. También te conté que no iría hasta que se marchase a visitar a Bermelión, el líder de los túnicas grises… Pues mañana iniciará su viaje, y yo también. Durante estos días no me he atrevido a contártelo, pero no quería marcharme sin decírtelo, y sin volverte a ver -en ese momento a Lana le resbaló una lágrima por la mejilla. Silvan, muy oportuno, la recogió con su dedo, y luego abrazó y besó a Lana apasionadamente.
Tras unos instantes, en los que ambos se sintieron más unidos que nunca, Silvan le rebeló:
 -Yo también he querido contarte algo. Durante estos días, he pensado mucho en ti, en nuestra relación, y en el momento al que los distintos reinos se enfrentan.
Estamos en continuas guerras con el enemigo. No sabemos cuando acabará esto, ni de qué modo. Pero sí sabemos lo que sentimos el uno por el otro. Por eso, pienso que debemos vivir el instante; y que no debemos esperar más. Creo que ha llegado el momento -Silvan se arrodilló y cogió la mano de su amada-. Ahora, aquí en nuestra tierra, la tierra donde nacimos, te pido que si logro sobrevivir a la batalla con los draconianos; cuando vuelva… te cases conmigo.
A Lana volvieron a resbalarle las lágrimas, pero ahora por ambas mejillas, y de alegría. Entonces, fue ella quién se abrazó a él y lo besó apasionadamente.
 -Sí. ¡Claro que sí! -le respondió, radiante de felicidad.


   
Horas más tarde, Lana fue a visitar a su familia. Vivían al nordeste de la ciudad; en la zona dedicada al pueblo. Sin embargo, era una de las mejores viviendas del lugar.
Llevaba un tiempo sin visitarlos. Durante los dos años de tregua que habían tenido, había dejado a su maestro, para ir a verlos en varias ocasiones.
La maga recordaba sus años de infancia, cada vez que paseaba por la calle donde se encontraba su casa. Había nacido y se había criado allí, jugando con sus hermanos y sus amigos; pero su padre murió muy pronto, en una de las primeras batallas contra el tirano, hace más de dieciséis años. Entonces tenía doce. Al faltar el dinero en su casa, ella y sus hermanos tuvieron que buscarse un trabajo, un oficio o algo con lo que ganarse la vida. Tras desechar muchas otras cosas, al año siguiente, Eléndil la acogió como su alumna al ver el empeño que la chica ponía en aprender, y las buenas aptitudes que tenía para la magia.

Por fin llegó a su casa. Llamó a la puerta, y enseguida abrieron. Era su madre, una mujer de cincuenta años con el pelo bastante canoso, recogido en un moño. En su juventud, lo había tenido del mismo color que ella. En cierto modo, se parecían mucho. Tenía el mismo color de ojos y ambas eran bastante obstinadas en lo que se proponían.
 -¡Hola mamá!
 -¡Hola hija! ¡Qué alegría! -dijo, mientras se abrazaban efusívamente y se daban un beso.
 -¿Por qué no avisaste qué ibas a venir? Hubiera preparado algo especial, y hubiese avisado a tu hermana, para que viniese.
 -Tranquila mamá. Iremos ahora las dos juntas al mercado a comprar algo. Por lo de mi hermana, no te preocupes. Le dí unas monedas al chico de la vecina para que fuese a darle el mensaje. Para cuando la comida esté preparada, habrán llegado. Y mi hermano, ¿vive aún aquí?
 -Sí, pero aún no ha llegado del trabajo. Si quiere conseguir una casa que ofrecerle a su prometida, tiene que echar horas extras. Pero estoy segura que llegará antes que tu hermana.
 -Bueno si es así… vayámonos al mercado.

Tardaron un buen rato en hacer las compras, porque no escatimaron gastos. Cenarían pavo asado con almendras, e iría acompañado de buen vino y una tarta de mazana que la madre de Lana tenía previsto preparar para postre.
Estuvieron toda la tarde preparando la comida, y contándose cosas. Cuando casi habían acabado, llegó Joyce, el hermano de Lana. Era el menor de los tres hermanos. Tenía veintitrés años, cinco menos que ella.
Tras saludar a su hermana y su madre, se fue a dar un baño.

Poco después, llegaron Kesha, la hermana de Lana, y su marido Peter. Ambos llevaban casados tres años, pero aún no habían decidido tener hijos. Era mayor que Lana. Tenía treinta años. Al contrario que su hermana, ella se parecía a su difunto padre. Tenía el cabello y los ojos oscuros. Joyce, sin embargo, tenía una mezcla de ambos… el pelo castaño oscuro y los ojos verdes.
Kesha ayudó a poner la mesa, y cuando estuvo preparada, todos se sentaron a comer.
 -¿Qué tal te va con tu novia? -Preguntó Lana a su hermano.
 -Bien. Sólo qué su padre se ha ofrecido al ejército, para asegurarle el futuro a ella.
Dicen que esos draconianos son unas bestias horrendas, y muy peligrosas, y Crýstal está muy preocupada por él. Dime Lana, ¿tan peligrosas son?
 -Según he oído sí. Pero el rey no está planeando enfrentarse a ellos sólo con el ejército longoriano; está buscando ayuda exterior.
 -¿Qué tipo de ayuda? -preguntó Peter.
 -Sólo sé que mi maestro irá a visitar al líder de los túnicas grises. Pero creo que no será la única ayuda que podamos recibir. Bueno… cambiemos de tema, ¿para cuando os decidiréis a tener hijos? Tengo ganas de ver correr por aquí a mis futuros sobrinos.
 -Quizá, cuando todo esto pase. No son buenos tiempos para traer al mundo una nueva vida.
La familia siguió charlando, contándose sus cosas y recordando viejos tiempos. Supieron que la visita de Lana era porque mañana se iría de nuevo a aprender ilusionismo con una nueva maestra, durante la ausencia de su maestro. Dejó la noticia de su posible futura boda con el general Silvan para el final. Todos se pusieron muy contentos y se alegraron por ella. Aunque les dijo que todo dependía de lo que sucediese en esa batalla con los draconianos.
Al final de la noche, tras celebrarlo con bebida. Todos le pidieron que les mostrase los últimos trucos de ilusionismo que había aprendido. Ella no los defraudó y le mostró algunos. Estuvieron divirtiéndose hasta muy tarde…

…A la mañana siguiente, se despidió de su madre y de su hermano Joyce. De su hermana Kesha y su cuñado Peter, ya lo hizo la noche anterior.
Enseguida, marchó a buscar a su maestro. Éste la estaba esperando en su casa. Mientras su alumna llegaba, recogía las últimas cosas que iba a llevar consigo.

Pronto, alguien llamó a la puerta. Debía ser ella.
Así fue… cuando la abrió, se encontró con Lana.
 -Hola. ¿Dónde te habías metido? Tengo que marcharme… y no quería hacerlo sin despedirme de ti.
 -Ayer fui a ver a Silvan, y más tarde a mi familia. He estado con ella, hasta hace una hora.
 -Antes de irme, quiero decirte que aproveches todo el tiempo que pases con Edna. No aprenderás ilusionismo con nadie tanto como lo harás con ella.
Pero quiero pedirte un favor. No he tenido tiempo de organizar mi biblioteca privada. He estado buscando algunos hechizos olvidados entre tanto libro… y todo ha quedado desordenado. Además, hay mucho polvo en la biblioteca, y necesita que alguien la limpie un poco. Si quisieses hacerlo, te dejaría que leyeras mis libros de ilusionismo…
 …Solo te llevaría unos días, e irías más preparada cuando vayas junto a tu nueva maestra.
 -No te preocupes. Dejaré tu biblioteca como los chorros del oro. De paso, no desaprovecharé la oportunidad que me das. Seguro que aprenderé algo de esos libros.
 -Bueno… ha llegado el momento de la despedida. Adiós querida alumna.
 -Adiós, maestro. Cuídate. No sé porqué, pero si has tenido que volver ha aprenderte hechizos que habías olvidado, es porqué tu viaje es peligroso.
 -Estás en lo cierto. Bermelión vive en una torre en lo más profundo del bosque de ignion; y en ese bosque viven criaturas asombrosas, algunas de ellas increíblemente hermosas, pero otras, terriblemente peligrosas -tras esta declaración, Eléndil fue a por su caballo, y tras colocar sus cosas, se subió a él, y dejó a Lana.


Se dirigió hacia las puertas del norte de la ciudad.
Una vez salió por ellas, solo le quedaban dos caminos para llegar al bosque de ignion. Uno lo había descartado desde el principio; pues tendría que rodear el bosque iluminado y las montañas de los halcones gigantes por el norte, algo que le supondría pasar por territorio enemigo… porque Sunesti aún estaba dirigida por los guerreros del caos, y Káslav, situada justo al lado del bosque de ignion, también.
Hace poco, se había enterado de la terrible enfermedad de Almare, el rey de los elfos. Así, que decidió ir a visitarlo, ya que el camino que le quedaba para llegar al bosque de ignion era atravesar el bosque iluminado y el valle de los unicornios… y los elfos siempre habían sido sus amigos. No obstante, ellos fueron los que le dieron el nombre por el que se le conocía: Eléndil, que significa, amigo de los elfos.

Muy pocos recordaban como se llamaba en realidad, Soliman.

Eléndil tardó unas horas en llegar a Silvanya. Por suerte para él, los elfos aún no habían iniciado su viaje. Sólo habían puesto sobre aviso a sus primos de la isla de Valyon, con una paloma mensajera; para que tuviesen un barco en Búrds, esperando su llegada. El mago se encontró un rey silvano muy desmejorado, con respecto a la ultima vez que lo vio. Intentó ayudarlo en lo que pudo, con pociones y hechizos, durante las horas que estuvo en el hogar de los elfos silvanos; luego, reemprendió su viaje y dejó a los elfos terminando sus preparativos para partir hacia Búrds.

El hechicero atravesó tranquilamente en su caballo el bosque iluminado. Aquel bosque era el más hermoso que existía; y quería saborear cada paso que daba en él.
Una vez lo cruzó, se encontró con el valle de los unicornios… y si el bosque iluminado era el más hermoso, aquel valle también era el más bello de todos los valles.
Al encontrase entre dos bosques, y dos zonas montañosas, la luz incidía en él de forma única. La hierba era de un agraciado verde, y había todo tipo de flores que llenaban aquel valle con colores de distintos tonos. Y por supuesto, estaban los unicornios. Magníficos y mágicos… los había de muchos colores, tanto como los de los caballos. Pero los unicornios estaban dotados de una belleza más sublime. Eléndil como buen mago, percibía la magia que habitaba en aquél valle, y sentía que aquellos animales, en aquel sitio, estaban protegidos del mal. Nada allí podía hacerles daño. De modo, que se alegró por ello.
Al fin, cruzó aquel valle…


Frente a sí, tenía aquel bosque que tanto respeto le daba… el bosque de ignion.   



viernes, 6 de marzo de 2015

Capítulo 39 de Dragonstones 1







LA DECISIÓN


  En Silvanya en aquellos días sucedía una desgracia. El rey de los elfos silvanos había caído enfermo. Llevaba más de una semana en cama en convalecencia, pero en lugar de mejorar, su estado había empeorado.
A sus doscientos ochenta y un años, aún no era un anciano, pero aquella enfermedad le había obligado a guardar reposo… algo que no había logrado del todo, ni incluso una herida de guerra.
Habían acudido a él, sin resultado alguno, los elfos más entendidos en medicina. También habían venido a verlo druidas, clérigos, curanderos y todo tipo de sanadores pero, no sirvió de nada. Ni la magia de los cuernos de unicornio, ni las plumas y lágrimas del ave fénix, pudieron recuperarlo.
La princesa Mialee, su hija, casi no se separaba de él. Se encontraba débil, debido a su entrega, y extremadamente compungida. Isilión intentaba consolarla y ayudarla en lo que podía.
Su única alegría era su hijo Joel, un precioso niño elfo, rubio y de ojos marrones, de dos años de edad -comparables a seis meses en un niño humano-; con él, intentaba evadirse. Pero sólo lo lograba durante unos instantes. Isilion pensaba que esos momentos para ella eran media vida.
Un día el Rey Almare le dijo:
 -Hija mía he tomado una decisión.
 -¿Cuál, padre?
 -Esta enfermedad incurable me hace estar cada vez más débil. Siento que la vida que me ha sido otorgada está próxima a su fin. De modo, que he decidido pasar mis últimos días en Valyon. En esa isla están nuestras raíces. Hace mucho tiempo, nuestros antepasados emigraron de allí para venir aquí, donde nos asentamos, debido a un cambio climático que dejó la isla casi sin recursos. Sin embargo, no todos la abandonaron; muchos prefirieron quedarse, y tras muchos años lograron recuperarla.
Hija, por favor, deja que pase los días que me quedan con nuestros primos. Ah, una cosa más… Siempre he deseado que mis restos fueran enterrados en esa isla, juntos a los de tu madre, que en paz descanse.
 -Padre, no puedo negarme a lo que me pides. Pero si vamos a Valyon, el viaje quizás te empeore. Puede que no llegues nunca a esa isla.
 -Por lo menos, debo intentarlo, hija mía. Comprendeme...
 -Esta bien, lo hablaré con Isilion y el pueblo. Entre todos decidiremos. Pero no te prometo nada.
 -Gracias hija. Si tu madre viviese, estaría orgullosa de ti.

Mialee no perdió el tiempo y le contó a Isilón la propuesta de su padre. Rápidamente convocaron al pueblo y llegaron a un acuerdo. Apoyarían la decisión de su rey; pero éste viajaría con una poción en la que el ingrediente básico era la sangre de unicornio, que alargaba brevemente la vida, aliviaba las dolencias y proporcionaba energías. La poción estaba condimentada con zumos de frutas del bosque, algunas medicinales y otras para mejorar el sabor. Con todo, solo debía tomar unas gotas por día, así que no apreciaría mucho el sabor.

Cuando el rey recibió la noticia. Se puso muy contento por el apoyo de su familia y su pueblo.




El Rey Mónckhar, preocupado por la situación, estudiaba junto a su hijo Ántrax, qué podían hacer ante la ventaja que ahora tenía el enemigo.
Ya había ordenado a Silvan reclutar nuevos soldados, Eléndil iría a ver a Bermelión, el líder de los túnicas grises; y había encomendado a Kevin y su dragón ir al cementerio de dragones en busca de las armas legendarias de los antiguos Caballeros de Dragón… no se le ocurría que más podía hacer.
 -Sí padre. Ya sé que es una idea descabellada pero, la única forma de averiguar realmente la gravedad de la situación es enviar a alguien a los reinos del este, para averiguar cuales están bajo el dominio de esas criaturas. Además, quizás encontremos aliados en alguno de esos reinos -le aconsejó el príncipe Ántrax.
 -Aún no conocemos a esas criaturas. Sólo sabemos que se les conoce como draconianos, que tienen alas, y que son fruto de la magia negra y de los huevos arrebatados a los dragones. No sabemos lo peligrosos que pueden llegar a ser. Sin embargo, estoy de acuerdo contigo. Debemos enviar a alguien. Propongo que sean Tristan y Gúnnar.
 -Es una excelente idea, padre.

Cuando el Rey Mónckhar informó a Tristan y Gúnnar sobre su misión, el kender Jim en cuanto se enteró, no lo dudó un instante… el enano se había convertido en su mejor amigo, e iría con él a aquella misión.
Gúnnar aceptó llevarlo con él ante el rey pero no le prometió nada, pues sólo su majestad decidiría sobre ello.

El kender convenció al rey al instante. Sus habilidades serían muy útiles en el ambiente en el que se moverían -dijo éste.
De modo, que Jim acompañaría a Tristan y Gúnnar en su misión en los reinos del este.




Ilene y Láslandriel habían estado dos años fuera de Nubian, la ciudad de las nubes. Ahora llevaban otros dos en ella.
Era la única ciudad en todo el reino angélico, situado en la isla de Césglan.
Todos los ángeles que existían vivían en aquella isla; unos a pie de tierra, en distintos pueblos -los de clase baja en el bosque, los de clase media en las montañas-, y los de clase alta en Nubian.
La ciudad había sido creada en tiempos inmemoriables por los ángeles más poderosos de aquella época. Uno de ellos aún vivía. Era el ángel más viejo que existía, con ochocientos noventa años, casi un milenio. Se llamaba Adonaiel, y además de ser el rey de todos los ángeles, era el abuelo de Láslandriel.
De modo, que Láslandriel siempre había pertenecido a la clase alta angélica. Ilene, en cambio, provenía de la clase media, los ángeles guerreros que vivían en las montañas. Allí había vivido la mayor parte de su vida hasta que llegó el día que el ángel se enamoró de ella, entonces pasó a formar parte de la clase alta, y se fue a vivir a Nubian.
La ciudad gracias a la poderosa magia que invirtieron sus creadores, se sostenía en el aire sobre un interminable manto de nubes blancas.
Todo en ella era hermoso e inmaculado. De líneas suaves, sus blancos edificios de mármol se alzaban, sin fin, como las vidas de sus habitantes, hacia el cielo azul traslúcido.
Además de mármol, gran parte de ellos eran de cristal. Tenían enormes y numerosos ventanales, que junto al mármol blanco eran un espectáculo para la vista.
Algunos edificios, la minoría, estaban hechos totalmente o en gran parte de un grueso cristal. Incluso sus columnas, abundantes sobretodo en mármol blanco, en toda la ciudad.
Gracias a la magia, también tenían bellas fuentes de agua, y hermosos jardines.


Los dos ángeles habían disfrutado de aquellos dos años de nuevo en la isla, alejados de los problemas que afectaban a los humanos. Pero sabían que aquello era transitorio. Sabían que algún día los volverían a necesitar… y aquel día llegó.
Élandriel, un ángel mensajero que acostumbraba a visitar Longoria de vez en cuando, era el contacto entre el mundo de los ángeles y el de los humanos.
A través de él, Adonaiel supo que en ésta se necesitaba de la ayuda de los ángeles.
Melitene, la nuera del rey  y madre de Láslandriel se opuso a que enviaran de nuevo a su hijo, pues su marido murió muchos años antes en una misión con los humanos.
Pero el Rey Adonaiel sabía que este momento llegaría, y había tomado la decisión hacía mucho tiempo.
De modo, que Láslandriel e Ilene volvieron días después al principal reino humano, Longoria.
Allí, les esperaba el rey de los humanos, Mónckhar.
 -Bienvenidos. Mandé un mensaje a vuestro rey a través de vuestro mensajero. Pero, veo que no ha aceptado del todo mi petición.
 -No sé a qué se refiere. Pero nos informaron que los humanos necesitaban nuestra ayuda.
Fuimos de nuevo elegidos… y por eso estamos aquí -declaró Láslandriel.
 -Veo que no estás al tanto de todo…
 … Le pedí a tu rey que nos ayudaran, sí; pero no de este modo.
Nuestros nuevos enemigos pueden volar como vosotros, y son muy numerosos.
Esta vez no podemos recurrir a la ayuda de los dragones con las dragonstones, porqué se encuentra en sus dominios… tampoco podemos pedir ayuda a los altos elfos y sus pegasos, porque quedaron muy diezmados tras las dos últimas batallas… así, que pensé que aunque era una atrevimiento por mi parte, pedir la ayuda de los ángeles… lo hice, porque no nos quedaba otra. Pero sólo os han enviado a vosotros, aunque he de decir que es un consuelo -le informó, el Rey Monckhar.
 -No sabía nada. Pero sé como piensan los míos. Sobretodo mi abuelo, mi rey. Nunca enviaría sus tropas a no ser que se tratara de un conflicto que sobrepasara con mucho a este. Que afectara incluso a los ángeles.
 -Por suerte, os han enviado a ustedes. Y como suponía que sucedería algo así, tenía un segundo plan pensado.
Como sabéis nuestros amigos los avens, conocidos también como hombres-pájaro también pueden volar, y son buenos guerreros. Por desgracia para nosotros, no son tan numerosos; y ni por el asomo, tan poderosos como vosotros. Pero estoy seguro, que sí se lo pedimos, ellos sí nos ofrecerán su ayuda. Vuestra misión será ir a Aven, y pedirsela. Si aceptan, dirigíos con ellos inmediatamente a Draconia, allí atacaremos a los draconianos, en su territorio. Para entonces, espero que nuestras tropas ya estén allí. Si no es así, intentad resistir. No tardaremos en llegar.
 -Aunque sólo seamos dos, no os defraudaremos -dijo Láslandriel.
 -Dejaremos el honor de los nuestros a la altura -dijo Ilene.
 -Estoy seguro de ello. En misiones anteriores habéis sido muy valiosos. Y por ello, os estoy agradecido -terminó diciendo el Rey Mónckhar.


La pareja de ángeles se retiraron.