viernes, 30 de mayo de 2014

Capítulo 2 de Dragonstones 1





SHAKÁVAL


  Los muchachos aparecieron, con la piedra que se había vuelto transparente, en una cueva parecida a la que habían estado.
La iluminaron y vieron que había un hueco en la pared del tamaño de la piedra que tenían en su poder.
Siguieron mirando, y también vieron inscripciones en las paredes; pero estaban en un idioma que desconocían, el élfico. En éstas ponía cosas como: “La Piedra Multicolor, una piedra para encontrar a las demás... prevenir de los dragones... dominar a Ilrahtala… y viajar a otro mundo”. Como no entendían aquel idioma, decidieron salir de la cueva. Kevin, la guardó entonces en su mochila. Después, los exploradores siguieron adelante y encontraron también una gruta con estalactitas y estalagmitas. Ésta no tenía puente, sino algo mejor. Abajo, en el suelo, corría un pequeño riachuelo semejante a un arco iris, aunque con colores diferentes. Los mismos que la piedra emitió cuando la encontraron.
Los tres chavales siguieron por el riachuelo, y éste los llevó a la salida de la cueva. Allí, el agua del arroyo se volvía transparente y se unía a una cascada que caía desde más arriba.
Pasaron al otro lado de la salida, y comprobaron que aquel lugar no era el mismo por el que entraron. Como ya suponían, no se encontraban en el mismo lugar.



Tenían hambre, y pronto anochecería. Así, que pensaron que lo mejor era encender un fuego, junto al río.
Ya tendrían tiempo mañana de averiguar donde se encontraban.
Kevin fue en busca de leña y Éric se quedó junto a su hermana, buscando en la mochila la caja de cerillas. Poco después, el primero volvió con la leña y el segundo encendió el fuego. Luego, Susan ensartó el pescado en pequeñas ramas finas y lo hizo a la brasa… le salió delicioso.
Se comieron todo el pescado que sus estómagos admitieron, y bebieron un poco de agua de sus cantimploras, y luego decidieron, que las guardias las harían sólo chicos.
Cada uno haría dos, de dos horas, alternándose ambos, para poder descansar.

La primera la hizo Kevin. Susan y Éric enseguida se quedaron dormidos.
El muchacho al permanecer en silencio, logró escuchar varias cascadas. El ruido que hacía el agua de éstas, resultaba tranquilizador.
Como pronto anocheció, no tuvieron tiempo de inspeccionar la zona. Fue por eso, que en un principio pensaron que sólo había una cascada.

Pasaron las dos horas, por el reloj de Kevin, y antes de quedarse dormido, despertó a Éric para que hiciera su guardia:
 -No te preocupes por los ruidos. No te alejes de aquí. Y sobretodo… no te quedes dormido.
 -Tranquilo, sabes bien que puedes confiar en mí.

Éric, aunque se moría de ganas de inspeccionar la zona, no lo haría. Se lo había pedido su mejor amigo, y no lo defraudaría.
El tiempo para él se hizo mucho más largo, pues le desesperaba estar allí, quieto y aburrido; y sin poder charlar con nadie.
Dos horas más tarde, despertó a Kevin... Y dos horas después, ocurrió justo lo contrario. La última guardia fue interminable para Éric. Al final, no pudo aguantar y se quedó dormido.



Al aparecer los primeros rayos de luz, algo húmedo tocó la cara de Susan, e hizo que ésta se despertara. Cuando abrió los ojos, llegó a pensar si aún estaba soñando. Lo que había sentido sobre su cara era el lamido de algo parecido a un caballo.
Lo observó en silencio y boquiabierta. Sobre la cabeza tenía un cuerno y parecía muy amigable. Era un unicornio… Una especie de caballo, muy inteligente y amante de la libertad.
Sólo se dejaban montar por alguien puro de pensamiento y obra, y se mostraban nerviosos si se les acercaba o atacaba alguien malo.
Con la magia de su cuerno proyectaban un aura mágica que los protegía a ellos y a sus jinetes de cualquier ataque.

Había otros dos más. Estaban dentro del río bebiendo agua. Cada uno era de un color distinto. El que la lamió, era blanco. Los otros: uno color ocre, y el otro, negro azabache.
Uno de ellos relinchó y provocó que Kevin y Éric despertaran. Al verlos, no creían lo que tenían delante. Susan advirtió a los chicos, con un susurro:
 -No os mováis, ni hagáis ningún ruido, tened cuidado o se marcharán.
Eran muy bonitos y sociables (al menos con ella). Por eso, no quería que se fueran.
Kevin cogió un poco de hierba fresca y fue acercándose, despacio, hacia el de color ocre. Cuando estuvo a su lado, le ofreció la hierba sobre la palma de la mano, y el unicornio la comió. Se aproximó aún más, y le acarició el cuello. El unicornio se dejó, y luego, se agachó para que el chico lo montara. Él sin ningún reparo, lo hizo.
A Susan le sucedió prácticamente lo mismo con el blanco, sin embargo, con el negro no. Era algo más bravo, y Éric tampoco le inspiraba demasiada confianza. Al final, al ver que los otros unicornios se acercaban al chaval, decidió hacerlo, tranquilamente, también él.
El unicornio notó que ambos tenían un espíritu aventurero y libre, así que dejó que Éric lo montara.



Los hermanos y Kevin se dejaron llevar por los unicornios, que los llevaron a través del río. Este, en algunas zonas, apenas alcanzaba un palmo de agua.
Los chicos, con sus mochilas a la espalda, vieron entonces, las enormes cascadas que la noche anterior escucharon.
Era un espectáculo hermoso para la vista.
Siguieron río abajo… poco después, Kevin, que marchaba delante, notó que su unicornio percibió algo. Los otros dos, enseguida, lo notaron también; parecía que algo o alguien se acercaba.



De pronto, aparecieron dos seres sobrenaturales, pero a su vez hermosas…que se pararon frente a ellos, y les preguntaron:
 -¿Quiénes sois?
 -Somos tres chicos, que nos hemos perdido en este bosque -respondió Kevin.
 -¿Y vosotras? -preguntó Éric, intrigado.
 -Somos náyades, y custodiamos este río -respondieron las dos jóvenes.
 -¿Náyades, nunca escuché nada parecido? -preguntó Susan.
 -Somos las ninfas de los ríos  -respondieron las féminas.
 -No me habéis aclarado mucho, pues tampoco sé nada sobre ellas -expresó Susan, algo confusa.
 -Ninfas somos todas las deidades femeninas de la naturaleza; las de los ríos y fuentes somos náyades. Nuestras amigas del mar son las nereidas. Las del bosque son dríades; y existen algunas más, como las de la selva -contestaron las náyades.
 -¿Podríais decirnos donde estamos? -preguntó Kevin.
 -Claro, se encontráis en el río cristalino. El río que atraviesa el bosque iluminado. Y venís de las cataratas de la ilusión, donde aparece el arco iris de los ocho colores, detrás del cual hay una cueva.
Se encontráis en el continente de Babylon, el único y gran continente de Shakával; el mundo mágico donde ahora estáis -les explicaron.
 -Ahora estamos, aún más confusos -dijo Éric, que no entendía nada.
Kevin dijo, entonces:
 -Algo está claro, la piedra que encontramos es una piedra mágica, y fue ella la que nos trasladó a este mundo.
 -Es cierto, y os trajo hasta aquí, a través de la cueva de Draicen. Ese lugar es un portal entre vuestro mundo y el nuestro. Tanto la piedra como él fueron creados por el dios neutral Draicen, para mantener un equilibrio entre las fuerzas del bien y del mal.
 -Entonces, ¿no podemos volver a nuestro mundo con nuestras familias? -preguntó Susan, entristecida.
 -Sólo podréis volver, si reunís otras piedras mágicas… las Dragonstones -respondió una de las náyades.
 -Y… ¿cómo las conseguiremos? -preguntó Kevin.
 -Con la ayuda de La Piedra Multicolor. La que os trasladó a este mundo.
Dejaos llevar por los unicornios. Ellos os llevaran al valle donde viven; un lugar donde siempre hay algún elfo silvano. Encontrad uno, y os guiará hasta su pueblo, Silvanya. Allí os ayudarán. Nosotras no podemos hacer más por vosotros.
 -Lo tendremos en cuenta -respondió Kevin.
 -Gracias por la información -dijo Susan.
 -Adiós y mucha suerte -contestaron las náyades.
 -Adiós -se despidieron los tres chicos.



Kevin, Éric y Susan siguieron río abajo. Más tarde, los unicornios se apartaron del río para ir hacia la parte este del bosque. Al cabo de unas horas, llegaron donde acababa. Allí, justo al lado, estaba el valle de los unicornios.

En él había mucha hierba fresca. Estaba situado, entre el bosque iluminado, al oeste; el bosque de ignion, al este; las montañas de los halcones gigantes, al norte; y las montañas del reino enano de Zenoria, al sur.

Lejos, en el valle, había muchos unicornios, de varios colores. Cerca de uno de ellos, vieron a alguien. Se acercaron a él, y Kevin le preguntó:
 -Hola, ¿eres un elfo silvano?
 -Sí, lo soy -respondió, tras sonreír-. Esperad un momento. Después, me preguntáis lo que queráis. Ahora tengo que atender a esta cría de unicornio, que acaba de nacer -el elfo  se los mostró-. Además, su madre tiene que descansar.
Ésta era la montura del elfo. Él le tenía un cariño especial y solía cuidarla muy bien.

 El elfo terminó con el pequeño unicornio… entonces, les preguntó:
 -¿Queréis pasar la noche conmigo?
 -Pues sí, no tenemos otra alternativa. El día ha pasado y la noche llega -respondió Kevin.
 -Mientras coméis, podemos hablar. Confío en vosotros, pues ningún unicornio se deja montar si no es por alguien de buen corazón. Y habéis venido montados en uno cada uno -les comentó, con mucha razón. A continuación, se presentó a los chicos-. Oídme, me llamo Isilion; ¿y vosotros?
 -Ellos son: Susan y Éric… Son hermanos y mis amigos. Y yo soy Kevin -los tres saludaron al elfo.
 -Bueno, ya que hemos hecho las presentaciones… será mejor que preparemos algo para comer, antes que nuestros estómagos se quejen -observó.
 -De acuerdo -respondió Susan.

Isilion era elfo. Pertenecía a una de las razas más antiguas de Shakával. Podían llegar a vivir hasta dos mil años...
De ciento treinta y ocho, en apariencia, era tan joven como cualquier hombre de unos veintiocho.
Los elfos amaban las artes y la naturaleza, y eran excelentes arqueros, aunque, evitaban la lucha mientras podían. Les gustaba: cazar, cantar, bailar, y celebrar fiestas. Y, además del humano, hablaban un idioma propio..
Isilion pertenecía a los elfos silvanos, la raza elfa más extrovertida; y la menos arrogante.
Solían tener un físico esbelto y delgado. Medían como él, alrededor del metro con ochenta centímetros; y todos eran ágiles y tenían los sentidos muy desarrollados.
La mayoría eran atractivos, de rasgos delicados, caras delgadas, ojos grandes y rasgados, y labios llenos. El color de sus cabellos, que siempre llevaban largos, podía ser cualquiera. A excepción, del pelirrojo, que era muy escaso.
Su principal característica eran sus orejas puntiagudas.

Él tenía el pelo largo, liso y rubio; y solía llevarlo suelto. Aunque en ocasiones, como era habitual en los elfos silvanos, lo llevaba recogido. Además, de un bonito pelo, tenía unos grandes y expresivos ojos marrones.

Podían alcanzar a ver, de veinte a treinta metros en la oscuridad. Pero, lo sorprendente era… que tenían la peculiaridad de presentir lo que pasaba, o lo que podía pasar.

Vestía ropa de cuero blando, color marrón claro, anaranjado; unos guantes y unas botas marrones, y una capa verde hoja, con capucha. Iba armado con un arco bendecido de los elfos y una espada corta.


   
   
Mientras comían, Kevin le preguntó por su pueblo:
 -¿Dónde está Silvanya?
 -Está a casi un día de aquí, en lo más profundo del bosque iluminado. Para llegar debemos cruzar el río cristalino y parte del bosque -le contestó Isilion. Después, les preguntó a todos:
 -¿Por qué queréis saber donde está mi pueblo?
 -Para llevar allí La Piedra Multicolor. Nos dijeron que allí nos ayudarían -respondió Susan.
 -Ahora estoy seguro. Sois los chicos de la profecía. Cuando os vi con esas pintas, lo presentí… pero ahora que sé que tenéis esa gema, no cabe ninguna duda de que lo sois.
Mañana os llevaré hasta mi pueblo, donde seguro os ayudarán -les dijo, mientras acababan de comer-. Podéis dormir tranquilos. El valle de los unicornios suele ser un lugar tranquilo. La magia de ellos, lo protege -dicho esto, todos durmieron plácidamente.



A la mañana siguiente, despertaron con las fuerzas renovadas. Así que rápidamente recogieron sus cosas, para dirigirse a Silvanya.

Isilion subió a su unicornio, ya recuperada.
Era bellísima, con el cuerpo color cobrizo; y las crines y la cola color crema.
Todos montaron en sus unicornios e iniciaron la marcha. La cría de unicornio los siguió; sin retirarse en ningún momento, de su madre.

viernes, 23 de mayo de 2014

Mapa Rhamnia




Capítulo 1 de Dragonstones 1

   
         
                    
KEVIN, ÉRIC Y SUSAN

       
La historia de estos dos chicos y esta chica que según la profecía impedirán que Ízmer logre sus propósitos, comienza aquí, en el mundo de los humanos, en un caluroso día de junio, en la ciudad de Quincy, en el estado de Illinois, (Estados Unidos).


  
Kevin, un muchacho de quince años, estaba sentado en su pupitre escuchando a su profesora Lory; pero al mismo tiempo, no dejaba de mirar el reloj. Los minutos se le hacían interminables porque estaba deseando que sonara la sirena que daría por finalizado el curso de aquel año.
Estaba contento porque con las soñadas vacaciones tendría tiempo libre para divertirse junto a su mejor amigo, Éric; y junto a la hermana de éste, Susan.
Habían quedado para ir de pesca al día siguiente, a un río que se encontraba cerca de donde vivían sus abuelos, Samuel y Sara; en una casa de campo, algo retirada de la ciudad.



Llegó la hora de salir, y tras despedirse de su profesora y sus compañeros, recogió sus cosas y se marchó de clase con la intención de encontrarse con Éric. Se conocían de pequeños. Vivían cerca el uno del otro, y aunque era un año mayor que su amigo, siempre se habían llevado muy bien. Ambos tenían en común tres cosas: eran cariñosos, les gustaba divertirse a lo grande, y disfrutaban con buenas aventuras. Pero al contrario que su amigo, un chico inquieto y travieso, el tenía la madurez y sensatez necesarias para controlarse antes de cometer una locura.

Los dos tenían el pelo liso y rubio, aunque Éric lo tenía algo más oscuro, tirando a castaño; y algo más corto que Kevin, que lo llevaba a media melena. Pero no sólo se parecían en eso, también tenían el mismo color de ojos, azul turquesa. Aunque, no todo eran similitudes… el mayor tenía un tono de piel más oscuro que el más pequeño. Esté color  dorado, en contraste con su pelo rubio y su tono de ojos, le daba un singular atractivo que le hacía irresistible a ojos de las chicas.




A la salida del colegio, como Kevin imaginaba, su amigo y la hermana de éste, Susan, le estaban esperando. La chica era la más joven de los tres, con trece años de edad. Pero a pesar de ello, era más responsable e inteligente que ellos.
La muchacha, al igual que los dos chicos, tenía el pelo rubio y los ojos azul turquesa. Era muy guapa, y se sentía atraída por Kevin, porque lo veía un chico guapo y maduro para su edad. Además, tenía algo que era muy importante para ella… tenía un gran corazón; porque no podría ser tan amigo de su hermano, si no fuese así.



  Cuando se acercó a los chicos,  lo saludaron:
 -Hola -dijeron los dos hermanos.
 -Hola -contestó él, contento de verles.
 -¿Que tal tus notas? –le preguntó Susan.
 -Bien, ¿y vosotros? -les preguntó él, interesándose.
 -Mi hermana, la empollona, excelente como siempre -respondió    Éric, con algo de envidia, y luego con desánimo, prosiguió                                                                                                                                                                        -. Pero, yo he suspendido varias y tengo que recuperar en septiembre, si quiero pasar de curso. Aunque, no creo que consiga aprobar Mates, pues se me dan fatal y son un aburrimiento.
 -Ya verás, como lo consigues -le dijo, con intención de animarlo.
 -Sí, porque yo no quiero tener a este pelmazo en mi clase –dijo ella, con temor a las comparaciones que harían sus compañeros, al ver lo diferentes que eran en los estudios-. ¡Ni yo, a esta empollona! -replicó Éric, con una expresión de rechazo en su rostro. Kevin salió al paso, con la intención de calmar la situación.                                                                                                   
 -Bueno, olvidar el colegio. Hoy comienzan las vacaciones y mañana iremos al río a pescar, porque ¿no habréis cambiado de idea, verdad?
 -No, estoy deseando ir -dijo Éric, que estaba entusiasmado con la idea. Su hermana Susan, también estuvo de acuerdo, así que siguieron hablando de los preparativos para el día siguiente, y de lo bien que se lo iban a pasar.
Cuando terminaron la conversación, se despidieron y se marcharon a sus casas.



Llegó la noche, y los tres chicos no podían dormir…

Kevin, porque mañana vería a sus abuelos, a los que llevaba tiempo sin ver, debido a que vivían en el campo.
Éric, porque mañana lo pasaría en grande, explorando el bosque, e intentando pescar más peces que su amigo.
Y Susan, porque mañana estaría todo el día junto a su querido amigo. Se ruborizaba, sólo con pensarlo.
Al final, el sueño pudo con ellos y los tres se durmieron, plácidamente. Tanto fue así, que al día siguiente se quedaron dormidos y sus padres tuvieron que despertarlos.



Desayunaron bien, y recogieron todo lo que el día anterior prepararon. Luego, se reunieron a medio camino entre ambas casas, y se marcharon en el coche de los padres de Kevin.

Tras una hora de camino, llegaron a su destino. Era una casa de madera, muy acogedora; sobretodo, en invierno, gracias a una gran chimenea de leña que Samuel encendía. Junto a ella, todos se reunían y recordaban buenos momentos. La casa tenía una granja con muchos animales y un cercado con varios caballos muy dóciles. Debido, en gran parte, al tiempo que el abuelo les había dedicado.

Tras saludarlos y charlar un rato con ellos, Kevin les pidió permiso, para mostrar los caballos a sus amigos. El abuelo Sam se lo concedió, porque tenía la tranquilidad de que tanto su nieto como los animales no iban a crear problemas. Él, desde hacía un tiempo, siempre que venía a aquella casa había tomado por costumbre montarlos; y esta vez no iba a ser menos. Se subió en el que cabalgaba siempre, el mismo con el que el abuelo le había enseñado; y salió de la cerca. Había aprendido, en una temporada que pasó con ellos, mientras sus padres visitaban a su abuelo paterno, que estaba enfermo y que un mes más tarde murió. Después, cada vez que  volvía a verlos, mejoraba su forma de montar. Y en poco tiempo, llegó a hacerlo como lo hacía ahora. Tras salir de la cerca, Kevin dio un paseo alrededor de ésta. Éric y Susan, que lo estaban mirando, pudieron comprobar que su amigo era un consumado jinete; por lo que le pidieron a él y al abuelo Sam que les dieran unas clases de iniciación. Los dos accedieron, y enseguida comenzaron con ellas.
Como ambos era unos excelentes profesores, los chicos aprendieron rápidamente lo necesario para montar sin temor a caerse. Una vez, le hubo mostrado éstos, les enseñó el resto de los animales que había en la granja. Cuando terminaron de verla, era mediodía.

Los chicos hicieron una breve pausa para comer. Cuando acabaron recogieron rapidamente sus cañas y las cosas que necesitaban. Luego, se despidieron de los padres y los abuelos de Kevin, y se marcharon a pescar al río, montados a caballo.



Media hora después de adentrarse en el bosque, llegaron. Los tres bajaron de sus caballos y dejaron todo lo que llevaban en el suelo. Cuando los animales terminaron de beber, los ataron en un lugar donde tenían hierba fresca para comer, mientras ellos pescaban.
Los muchachos cogieron sus cañas y algunas cosas más, y se metieron en el río, por una zona donde el agua sólo les llegaba por encima de las rodillas.
Aunque cada uno utilizaba un anzuelo distinto, todos confiaban en pescar algo. Y así fue. Al cabo de unos minutos, Kevin pescó el primer pez. Mediría unos cuarenta centímetros. No era demasiado grande, pero era el único que había pescado algo.
Más tarde, Susan también pescó uno, pero este era enorme. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para sacarlo, tanto, que cayó hacia atrás y se mojó parte de la ropa.
Su hermano y su amigo no pudieron contenerse y empezaron a reírse de la situación. Susan, al ver a Kevin se ruborizó; pero la situación cambió, porque al ver el pez que ésta pescó, fueron ahora los chicos los que se avergonzaron.
Tras hora y media, era Kevin quien había pescado más peces, aunque, ninguno se asemejaba al de Susan. Pero Éric no se dio por vencido y subió por una pendiente a una parte más alta del río, donde pensaba que habría más peces.

Cuando alcanzó la cima, vio algo que no esperaba, había una cascada que caía unos veinte metros.
 -¡Eh, chicos… venid a ver lo que he encontrado aquí!                                                            
 -¿Que has encontrado, Éric? Seguro que son peces... ¿verdad?        - preguntó Kevin.
 -No, es algo mejor. Es una catarata, y debe medir de quince a veinte metros -contestó Éric, entusiasmado.
Kevin y Susan subieron también. Al verla, quedaron tan impresionados como él. Éric decidió subir aún más arriba, para acercarse a ella. Llegó justo a su lado, y descubrió algo que le asombró aún más. 



Él siempre había deseado encontrar una, y ahora la tenía frente a sí.
 -¡Venid chicos, detrás de la catarata hay una cueva, no es estupendo!
Kevin y Susan quedaron sorprendidos por el descubrimiento, pero acudieron junto a él.
 -¿Cómo será la cueva por dentro? –le preguntó su amigo.
 -No sé, pero no pienso quedarme aquí sin saberlo -contestó Éric.
 -Pues a mi me dan escalofríos solo con pensar en entrar en ella. Pero haré, lo que Kevin decida -opinó Susan, esperando la respuesta de éste.
 -Por mi parte, apuesto por que entremos; pero antes, esperad aquí, junto a la entrada. Iré a por las cosas.

Kevin fue y recogió las mochilas. Éstas llevaban: cantimploras, comida, navajas, y linternas. También, los peces que pescaron. Pero dejó las cañas porque no creía que las necesitasen en la cueva. Luego, subió por la pendiente y regresó junto a sus amigos.
-Tomad vuestros peces y vuestras mochilas. Ah, sacad las linternas, las necesitaremos dentro.
Cada uno se colgó la suya a la espalda. Además, en una mano llevaban el recipiente con los peces, y en la otra, la linterna. Decidieron no perder mas tiempo, y entraron en la cueva.



Los muchachos avanzaron hacia el interior, iluminados por la luz de sus linternas. En un principio, no era muy ancha; pero sí, lo suficientemente alta para caminar de pie. Conforme avanzaban, enseguida notaron un frío y una humedad que iban en aumento. Poco a poco, la cueva se hacía más ancha y alta, hasta llegar a una apertura mayor, donde Kevin, que marchaba delante, se detuvo y dijo:
 -El pasadizo termina en una gruta. Id despacio, y mirad donde pisáis.
Éric y Susan llegaron hasta él. Después, los tres, allí parados, iluminaron la gruta con sus linternas; antes, de seguir adelante. Ésta tendría unos diez metros de altura. Estaba llena de estalactitas y estalagmitas, y en el suelo tenía agua. Además, el aire estaba muy húmedo y viciado. 
Al iluminarla más a fondo, descubrieron que por encima del agua había un puente formado por la erosión de la roca a lo largo de los años.
 -Sigamos adelante, no podemos retroceder ahora, sin haber visto antes el resto de la cueva -animó Éric a su hermana.
Armados de valor, se dispusieron a cruzar el puente. Mientras lo pasaban, vieron que al final de él había una entrada parecida a la que había cuando entraron en la gruta. Lo pasaron y llegaron a la nueva entrada. Entonces, se miraron entre ellos, y los tres pensaron lo mismo, (¿dónde les llevaría?).
La nueva era más alta que la anterior. La cruzaron, y siguieron por otro pasadizo más corto que el de antes. Poco después, llegaron al final… y había una cueva sin salida. Los muchachos la iluminaron y vieron que en el fondo de ella había una piedra transparente incrustada en la pared. Éric dijo entonces:
 -¿Qué hará una piedra sola en la pared de una cueva? Es raro, debe de haber más por el resto de la gruta.
Kevin y Susan la iluminaron toda, pero no había más piedras como aquella, ni ninguna del estilo.
 -Parece que sólo está ésta -indicó Susan a su hermano.
 -Acerquémonos para verla mejor -dijo Kevin, mientras la enfocaba con su linterna-. ¿No os parece extraño que se encuentre aquí, tan escondida, incrustada en la pared de roca, y que no haya ninguna más?
 -Sí, además parece como si estuviera puesta aquí a propósito para que alguien la extraiga.  ¿No os habéis fijado en sus bordes? No están incrustados en la pared. Creo que si utilizamos una navaja, la podríamos extraer con facilidad -opinó Éric, seguro de que estaba en lo cierto. Kevin sacó una navaja de la mochila y la introdujo entre la piedra y la roca. Al principio,  no se desprendía, pero poco a poco, ocurrió algo insólito… de sus bordes salió un haz de luz de hasta ocho colores: el verde, el azul, el rojo, el blanco, el negro, el bronce, el plateado, y el dorado.
Al verlo, se apartaron de ella por si ocurría algo peligroso. No iban mal encaminados, porque la pared de la roca comenzó a temblar, y enseguida, la piedra se desprendió, cayéndose al suelo. Los chicos esperaron para ver si ocurría algo más; y sucedió algo sorprendente… comenzaron aparecer palabras luminosas en la piedra. Así que fueron leyéndolas, una por una. Cuando éstas formaron una frase, la piedra cesó.
 -¿Habéis leído los dos lo mismo que yo? -preguntó Kevin.
 -Si no me he equivocado, la frase que he leído dice algo sobre si queremos descubrir todo el poder de La Piedra Multicolor, tenemos que tocarla -dijo Susan, que siempre leía bien y rápido en clase.
 -¿Qué hacemos chicos? -preguntó Kevin, indeciso, pues nunca se había encontrado en una situación como aquella.
 -Yo digo que la toquemos, sino lo hacemos, nunca sabremos que habría ocurrido -contestó Éric, que nunca rechazaba una oportunidad así.
Susan, que era más responsable y madura que su hermano, no estaba de acuerdo.
 -No creo que debamos tocarla. No sabemos que puede pasar si lo hacemos. Podemos correr un gran peligro, del que nos lleguemos a arrepentir.
Kevin no sabía que pensar, porque para él, los dos tenían algo de razón.
Tras meditarlo bien, dijo:
 -Creo que no es casualidad que hayamos descubierto esta cueva; como tampoco lo es que hayamos encontrado esta piedra. Lo pienso porque, como habéis visto, es mágica. Y si la magia ha decidido que seamos nosotros quienes toquemos esta piedra... por mi parte, digo que lo hagamos.
Los dos chicos pensaban lo mismo. Asi que, al ser mayoría, Susan no tuvo más remedio que aceptar. Aunque esta vez, no estaba nada de acuerdo con su querido Kevin.
Cuando se aproximaron a cogerla, aparecieron de nuevo palabras en ella, que decían esto: “No es necesario que todos toquéis La Piedra Multicolor, sino que basta con que forméis una cadena”
Susan se agarró entonces a su hermano Éric de la mano, y éste a su vez, a Kevin... que tomó la piedra.



Al instante, los tres chicos junto con la piedra desaparecieron… y la oscuridad se hizo en la cueva.                                        





Prólogo de Dragonstones 1.







Hace mucho tiempo, cuando aún nada existía, los dioses crearon un mundo mágico en el que todo podía ocurrir. Donde la magia reinaba en todas partes.
Se apreciaba: en el aire, el agua, el fuego, la tierra y las plantas. A este mundo mágico, lo llamaron Shakával.
Los dioses eran tres: el dios del bien, Zállyac; el dios neutral, Draicen; y el dios del mal, Rashnen.
Comenzaron creando a los dragones; lo hizo Draicen. Después, Zállyac creó a los enanos y los elfos. Y Rashnen a los orcos y goblins. Y así, siguieron creando todas las razas.

Además, surgieron muchas criaturas producto de la magia…

Unas fueron creadas por los discípulos del bien, que practicaban la magia blanca; y otras, por los discípulos del mal, que practicaban la magia negra.
Estas razas luchaban entre ellas para conseguir el dominio de Shakával. Para lograrlo, recurrían a los dragones.

Por esta razón, los dioses crearon las “Dragonstones”, unas piedras mágicas que conseguían dominar a los dragones.
Estas eran ocho; y cada una dominaba a los dragones de su color.
Había dragones: verdes, azules, rojos, blancos, negros, de bronce, plateados y dorados.
Los dioses, tras crear estas piedras mágicas, las enviaron a distintos lugares, dispersándolas por todo Shakával.
Aparte de las Dragonstones, también crearon otra. Una piedra maestra que servía, entre otras cosas, para encontrar cada una de ellas.
Se llamaba, "La Piedra Multicolor”, porque aunque aparentemente era de color transparente, cuando había dragones cerca, cambiaba al color que tenían ellos.
Si había de varios colores, se volvía multicolor. Algo, que ocurría también, cuando aparecía el dragón Ilrahtala, “El Dragón Multicolor”, de ocho cabezas.


Ilrahtala fue el primer dragón que creó Draicen. Era el más poderoso, y para dominarlo debían reunir todas las Dragonstones, para que La Piedra Multicolor tuviera el suficiente poder para controlarlo.
Pero los dioses no permitirían que cualquiera pudiera reunir todas las piedras. Debía ser alguien neutral, al bien o al mal de este mundo. Por eso, enviaron La Piedra Multicolor a otro mundo, a nuestro mundo; donde existía una raza, los humanos, que no había en Shakával, y que era neutral.
La Piedra Multicolor tenía varios poderes: descubrir el paradero de las Dragonstones, dominar al dragón Ilrahtala, y trasladarse con ella a otro mundo.


Hace mucho tiempo, como muy bien cuenta el libro “Historia de Shakával” que actualmente se encuentra en la “Gran Biblioteca de Longoria”, cuatro niños: dos niños y dos niñas, sin ningún vínculo familiar, encontraron La Piedra Multicolor en su mundo… y con el poder de la piedra aparecieron en Shakával.

Tras conocer la situación de este mundo y los poderes que tenía esta piedra, decidieron ayudar a las fuerzas del bien, buscando las ocho piedras. Cuando las reunieron, tenían el poder suficiente para derrotar a las fuerzas del mal.
Lo consiguieron en parte, porque derrotaron a la mayoría; pero una minoría, vivieron y se escondieron, esperando que con los años apareciera un seguidor de Rashnen, lo suficiente poderoso, para atacar a los seguidores de Zállyac.

Cuando las Dragonstones cumplieron su misión, perdieron sus colores y su poder, y se transformaron en piedras corrientes. Después, fueron a parar a distintos lugares de dónde se encontraron. No volverían a recuperar su poder, hasta el próximo eclipse solar. Éste ocurría cada diez años, cuando… los tres soles: el sol amarillo, el rojo y el blanco, se ocultaban tras las dos lunas: la luna blanca y la gris.
En cambio, La Piedra Multicolor nunca perdía su poder, aunque, sí volvía al mundo de los humanos.

Aquellos chicos quedaron tan fascinados con el mundo de Shakával, que aún, pudiendo volver a su mundo gracias a La piedra Multicolor… prefirieron quedarse allí; donde tuvieron hijos, y éstos a su vez, otros. Y así, se fue creando la raza de los hombres; que descendían todos, de los cuatro chicos provenientes, de otro mundo.

Pasaron miles de años, en los que la paz reinó. Pero, hace unos cincuenta años, Ízmer, un mago elfo oscuro, comenzó a liderar las fuerzas del mal, y fue reagrupando, poco a poco, a los seguidores de Rashnen.
Ahora, un siglo después, las fuerzas del mal son lo suficiente fuertes para acabar con las fuerzas del bien y tomar el dominio de Shakával.



Sólo un milagro impedirá que Ízmer logre sus propósitos. Pero ese milagro llegará, según la profecía, junto a La Piedra Multicolor. Y serán dos chicos y una chica, provenientes del mismo mundo que vinieron los primeros salvadores de Shakával.

Mapa Shakával