viernes, 27 de febrero de 2015

Capítulo 38 de Dragonstones 1








JÁRETH


    Al día siguiente, Eléndil volvió a reunirse con el rey para ponerlo al tanto de las decisiones tomadas por el cónclave. Para suerte del mago, estuvo de acuerdo con ambas.
 -Espero que Bermelión sea consecuente con la situación. Nos sería muy necesaria su ayuda. Si conseguimos el apoyo de los túnicas grises podríamos arriesgarnos a enviaros a vosotros. Juntos, túnicas blancas y grises seríais una fuerza muy difícil de derrotar. En cambio, si se niega a ofrecernos su ayuda, te ordeno que no envíes a los tuyos. Sería una perdida muy grande, que no estamos preparados para afrontar -le declaró firmemente el Rey Mónckhar a Eléndil.
 -Espero sinceramente que la decisión de Bermelión sea ayudarnos contra esas criaturas creadas por los túnicas negras -expresó el hechicero.
 -En cuanto a la otra decisión, es difícil. No podemos arriesgarnos a perder a nadie. Deberá ser solo una persona la que realice la misión.
 -¿Ha pensado ya en alguien majestad?
 -El único que tendría alguna posibilidad ante Ilrathala es ese muchacho, Kevin y su dragón.
No tendría nada que hacer contra el dragón de ocho cabezas, pero quizá se apiade, si va acompañado por uno de su especie.
 -Debo recordarle a su señoría lo sucedido en La Era de los Caballeros de Dragón.
 -Llevas razón Eléndil, pero no tenemos otra alternativa.
 -Ya, pero temo por ambos. Sobretodo por el chico -añadió el mago.
 -Recuerda que es uno de los chicos protegidos por la profecía.
 -No todas las profecías llegan a cumplirse -declaró el hechicero.
 -Esperemos por el bien de todos que ésta se cumpla -terminó diciendo el rey.

Poco después de ser llamado, Kevin se presentó ante el Rey Mónckhar y el mago Eléndil.
El chico había cumplido la mayoría de edad hacía poco; ahora, con dieciocho años era todo un hombre. Medía un metro con ochenta y cinco, estaba muy bien formado, y sus músculos eran firmes y prietos. Además, su melena rubia como espigas de trigo, ahora caía hasta sus hombros.
 -Bienvenido Kevin -dijo el rey, al ver aparecer al muchacho.
 -Gracias majestad. ¿A qué debo el honor de ser convocado por vos? -preguntó.
 -Hay una difícil misión que sólo tú y tu dragón podéis llevar a cabo con alguna posibilidad -Eléndil, el viejo hechicero, permanecía callado en todo momento observando como el muchacho se tomaba la noticia-. Ambos debéis ir al cementerio de dragones. Allí, en El Mausoleo de La Orden de los Caballeros de Dragón se encuentran las armas que estos utilizaban. Vuestra misión consiste en traernos esas armas, o buena parte de ellas. La importancia de éstas radica en que son mágicas. Os deseo mucha suerte, pues esas armas quizás sean nuestra única posibilidad ante los draconianos.
 -Kevin, muchacho, debes saber que en ese cementerio tiene su cubil Ilrahtala, el dragón de ocho cabezas, por ello, la misión es tan peligrosa. Te aconsejo, que antes de iniciar tu misión… busques información sobre todo lo que allí te vas a encontrar, en La Gran Biblioteca de Longoria. De todos modos, cuídate mucho. Te tengo mucho cariño, y no me gustaría que te sucediera nada malo -le declaró el mago.
 -Gracias a los dos por vuestro apoyo -les agradeció Kevin.
 -Bien, eso es todo. Puedes retirarte.

El muchacho se retiró decidido y convencido de que podría realizar la misión con éxito. Pero hasta que no investigara en la biblioteca, no estaría del todo seguro.



      Éric, el amigo de Kevin también había crecido bastante. Con diecisiete años, un año menor que su amigo, medía un metro con ochenta. Los dos amigos parecían dos gotas de agua. Sin embargo, se diferenciaban.

Éste además de ser algo más alto, tenía la piel más bronceada, y el pelo más rubio y largo que su amigo; aparte, aunque Éric era guapo, Kevin era de rasgos más delicados, mucho más atractivo, distinguido, y con más clase.

Aquella mañana, se encontraba dando una vuelta por una de las calles de Longoria, cuando de pronto, encontró interrumpido su paseo por una muchedumbre de gente que cortaban totalmente el paso. Se agolpaban alrededor de varios individuos a los que jaleaban y vitoreaban. Entusiasmado, se acercó para ver que ocurría.
Allí estaban luchando tres tipos y un minotauro. Lo curioso era, que los primeros no luchaban contra la bestia, sino que uno sólo, vestido con una hermosa armadura, luchaba contra el minotauro y los otros dos tipos.
 -¡Malditos, hicisteis trampas y ahora lo pagaréis! -exclamó el tipo de la armadura.
 -¡Como te atreves, bellaco! ¡Nadie insulta a nuestro jefe! -gritó uno de los tipos situados delante del minotauro.
Seguidamente, el otro arremetió contra aquél hombre. Éste no tardó en responder, esquivándolo con un quiebro, e hiriéndolo con su florete en una de las muñecas. Al instante, de una de sus mangas cayeron dos cartas, descubriéndolos.
Éric entonces miró hacia un lado de la calle y vio una taberna.
No tardó en sacar conclusiones. Comprendió el motivo de la pelea. Todos habían estado jugando a las cartas, y los dos tipos estaban compinchados con su jefe el minotauro, para sacarle los cuartos al hombre de la armadura haciendo trampas. Seguramente, éste se dio cuenta a tiempo, y los demás lo negaban; ahí el motivo de la pelea.
El hombre decidió quitarse la armadura para tener mayor libertad de movimientos. El gentío al verlo, proclamó que era una insensatez, que estaba perdido.
Entonces, los dos tipos se lanzaron esta vez al mismo tiempo contra el hombre, pero resultó inútil, éste saltó hacia arriba, y ya en el aire dio una voltereta hacia delante y cayó a la espalda de éstos. Sin perder tiempo, de un mandoble de su florete, hirió a los dos tipos en la espalda, y éstos se retiraron de inmediato.
 -¡Cobardes! ¡No huyáis! -berrreó el minotauro a sus hombres. Luego, se dirigió a su oponente-. Conmigo no te servirán tus truquitos de circo -le dijo al hombre.
Pero éste no pareció inquietarse, y como antes, esperó a que su rival lanzara su ataque. Éste no se hizo esperar…
El minotauro se lanzó con la cornamenta hacia delante, el hombre se agachó entonces, y se lanzó por debajo de las hercúleas patas de la bestia. Cuando estuvo justo detrás, rodeó con sus brazos el brutal cuello del minotauro y trató de asfixiarlo. La criatura intentó despojarse de los brazos del hombre pero no tenía aliento. En un segundo intento, golpeó con su codo tres veces en el estomago del tipo, hasta que este lo soltó. Entonces, la pelea se volvió del lado del minotauro, porque ahora fue éste quien abrazó en el aire al hombre, rodeándole pecho y espalda con sus fornidos brazos. O actuaba enseguida o no tardaría en perder la conciencia. Primero, golpeó sin resultado con sus puños entrelazados en el hombro del minotauro, luego consiguió morder una de las orejas de la bestia… arrancando un berrido del minotauro, y logrando que éste aflojara su abrazo. El hombre aprovechó ese momento para desenfundar con su boca un puñal que el minotauro tenia en la espalda; luego, rápidamente lo agarró con sus manos, y se lo clavó a la bestia entre uno de sus hombros y el cuello, rápidamente la sangre comenzó a brotar a borbotones, y el minotauro cayó al suelo, herido de muerte.
Tras recuperar su dinero, el hombre le dijo:
 -Acude pronto a algún cirujano, o morirás desangrado.
 -¿Por qué… después de todo, te preocupas por mi? -le peguntó.
 -Mi intención nunca fue matarte. Sólo quería recuperar lo que era mío -dijo aquel hombre, mientras se volvía a colocar la armadura. Después, se subió a su caballo, que se encontraba atado junto a la taberna, y se dispuso a marcharse.
La muchedumbre, humanos, medianos, gnomos etc, que quedaron impactados por el resultado de la pelea; enseguida le abrieron paso, y comenzaron a aclamarlo y vitorearlo, mientras se marchaba al trote.
 -¿Quién era ese tipo? ¡Lo que ha hecho ha sido asombroso! ¡Nunca vi nada igual! -le preguntó Éric a la persona que estaba su lado.
 -No lo sabes. Es uno del Cuerpo de Caballeros Longorianos -le repondió un viejete, que se sostenía sobre un garrote.
 -¡Vaya! Caballeros Longorianos, eh… nunca oí hablar de ellos -dijo Éric, pensativo.

Desde aquél momento, se prometió que no descansaría hasta llegar a ser uno de aquellos Caballeros Longorianos. Por ello, fue a ver a Silvan. Estaba seguro que el general del ejército longoriano sabría muchas cosas sobre su nuevo héroe.

 -¿Para qué querías verme? -le preguntó, cuando ambos estuvieron juntos.
 -Quería preguntarte sobre el Cuerpo de Caballeros Longorianos.
 -Vaya. Es toda una sorpresa. ¿Qué quieres saber de ellos?
 -Pues todo. ¿Quiénes son? ¿Qué es lo que hacen? ¿Dónde puedo encontrarlos…? En resumen, todo lo que me puedas decir de ellos.
 -¿A qué viene ese repentino interés? -le preguntó el general, intrigado.
 -Bueno… he visto a uno de ellos en acción. El sólo se enfrentó a otros dos tipos y a un minotauro… y los venció a todos. Sin embargo, les perdonó la vida a los tres ¡No es algo increíble, Silvan!
 -Un poco sí. Debió ser Járeth. Sólo él sería capaz de algo así.
 -Por favor, Silvan… quiero saber más sobre él.
 -De acuerdo. Es uno de esos Caballeros Longorianos. Éstos, aunque trabajan para el rey, no pertenecen al ejército, y rara vez participan en las guerras. Su función es otra muy distinta. El rey los utiliza para que realicen misiones muy importantes y peligrosas. La mayoría de las ocasiones, las realizan en solitario; aunque a veces, si la misión lo requiere, envía a dos o varios de ellos.
 -¿Y, cómo puedo convertirme en uno de esos caballeros? -preguntó Éric, entusiasmado.
 -Vaya. Creo que te ha dado muy fuerte.
 -Venga Silvan, dímelo -insistió el muchacho.
 -Para ello, tendrás que ir a La Academia de Los Caballeros Longorianos. Se encuentra fuera de la ciudad. A medio camino entre los reinos de Longoria y Mirania -terminó de explicarle el general.
 -Gracias por todo Silvan. Ahora debo dejarte.
 -Espero que tengas suerte muchacho, y logres tu deseo.
 -Gracias de nuevo -le dijo Éric, mientras se marchaba.




      Susan, la hermana de Éric se había convertido en una bella muchacha de dieciséis años. Aún seguía enamorada de Kevin, aunque durante todo este tiempo nunca le había mostrado sus sentimientos. Pensaba que él la veía como su mejor amiga; y temía deteriorar esa amistad. No obstante, no le faltaban pretendientes. Cada vez que iba al mercado, algún joven se le acercaba, e intentaba cortejarla, sin resultado. Sin embargo, se hacía de querer.
Sobretodo, porque se aburría muchísimo.
Les había contado a los demás, que no pensaba quedarse sin hacer nada. Necesitaba estar ocupada, y sobretodo, le hacía falta sentirse útil.
Aunque pareciese ilógico, esto llegó a oídos de la reina. Ésta había tratado en varias ocasiones a Susan, y la tenía en muy alta estima. Así, que un día la mandó llamar.
 -Me he enterado de tu frustración. ¿Es cierto que te aburres y que necesitas sentirte útil? -le preguntó la reina.
 -Sí, Reina Thora. Es cierto.
 -Creo que puedo remediarlo, si aceptas lo que te voy a proponer.
 -Viniendo de usted, no creo que pueda rechazarlo.
 -Claro que puedes hacerlo. Solo es una sugerencia.
 -No quería decir eso. No podría rechazarlo viniendo de usted… porque debe de ser una propuesta estupenda.
 -Espero que de verdad lo sea. Susan… te propongo ser mi dama de compañía.
Se quedó unos instantes intentando asimilar la propuesta. Le había pillado totalmente desprevenida. No esperaba algo así.
 -Y… ¿Qué hay de Erwlyn? Creo que es una digna dama de compañía.
 -No es eso, Susan. No te pido que la sustituyas. Es insustituible. Lleva muchos años a mi lado, y le tengo un aprecio muy especial. Lo que te pido es que te unas a ella. Ambas seréis, si lo deseas, mis damas de compañía. Dos mejor que una. ¿No es cierto?
 -Si es así, acepto. No sé si estaría a la altura, si tuviera que sustituir a Erwlyn. Además, no lo aceptaría, si ella tuviera que marcharse. En cambio así, ella me enseñaría, y seguro que llegamos a ser buenas amigas. No te defraudaré, prometo por mi parte aprender de ella lo necesario para ser una buena dama de compañía.
 -Estoy segura de ello, Susan.

viernes, 20 de febrero de 2015

Capítulo 37 de Dragonstones 1







Dos años después...



EL CÓNCLAVE DE TÚNICAS BLANCAS


   Sí, habían pasado dos años desde “La Batalla de Las Praderas de Sunesti”.

La situación, desde entonces, había cambiado mucho…



Hace más de tres años, Ízmer envió a las arpías a robar los huevos de los dragones. Luego, los túnicas negras, gracias a la magia negra, lograron algo terrible…

…lograron, que de aquellos huevos no nacieran crías de dragón, sino draconianos.

Ahora, esos draconianos se habían hecho adultos… y aunque tenían una base, Draconia, junto a Los Tres Volcanes, que ahora se llamaban Volcanes de Draconia; muchos de los reinos del este ahora estaban bajo su yugo.
En el oeste las cosas no eran muy diferentes, pero temían el rumbo que estaba tomando la situación.
Nuestro grupo de heroes seguía en Longoria, el reino más importante de Shakával, exceptuando a Isilion y Mialee que vivían en Silvanya, y a Láslandriel e Ilene que habían vuelto con los suyos a la isla de Cesglan.


      En el palacio real, Mónckhar había mandado llamar a Silvan.

 -Hola. He venido en cuanto me ha sido posible.
 -No te disculpes, Silvan. Entre nosotros hay confianza. Ahora que estás aquí te diré que según mis últimos informes los draconianos están sometiendo más reinos de los que creíamos.
El Rey tenía un mapa desplegado sobre una gran mesa sobre el cual señaló los distintos reinos que posiblemente ya estuviesen dirigidos por los draconianos.
 -No creí que la situación estuviese tan mal -declaró el general.
 -Es aún peor. A los reinos sometidos por los draconianos hay que añadir los pueblos como Prásgar, Káslav y Sunesti que ya estaban bajo dominio de los guerreros del caos, y todas las tierras que pertenecen a las fuerzas del mal.
 -Está en lo cierto. Ese condenado elfo oscuro tiene a muchas criaturas a su servicio. Pero no todo está perdido. Nosotros tenemos La Piedra Multicolor y dos de las Dragonstones. Podemos averiguar el paradero de la siguiente piedra y conseguir la ayuda de los dragones.

El Rey se acercó entonces hasta un pedestal con nueve cavidades. En el centro se encontraba La Piedra Multicolor, y en dos de las ocho cavidades que la rodeaban estaban las Dragontones verde y azul.
 -Ya lo hemos averiguado, Silvan.
 -¿Y…?
 -Nunca la conseguiremos. Se encuentra en los volcanes junto a la base de los draconianos. Si ellos no la han encontrado ya, pronto lo harán. Y por supuesto, no nos vamos a meter en la boca del lobo para encontrarla.
Si te he mandado llamar es para decirte que debido a esta situación y el escaso número de soldados del que disponemos, debemos reclutar soldados. ¡No me importa como lo hagas, pero consígueme un ejército con el que poder defendernos de esas criaturas!
 -De acuerdo. Aunque necesitaré tiempo, reuniré ese ejército.


      Horas más tarde, Silvan tomó una decisión y se la hizo saber al rey. Poco después, un pregonero se presentó ante los habitantes de Longoria, y les dijo:
 -Por orden de su majestad, el Rey Mónckhar… el general del ejército longoriano, Silvan, busca nuevos soldados que reclutar para el ejército de Longoria. Podrá presentarse todo varón mayor de edad que pertenezca a uno de los siguientes reinos: Longoria, Mirania, Lándorf, Búrds, Váyonned y Lipos. Todo aquél longoriano que se presente, sus familias no tendrán que pagar impuesto alguno, nunca más. Si aún no es padre de familia, no lo hará en el futuro… si llegase a formar una.
Los que pertenezcan a los demás reinos, además de beneficiarse de todo esto, se les entregará veinticinco sacos de trigo.

Una vez terminó su pregón, uno de los seis caballeros que lo acompañaban se retiró a repartir por las tabernas y los distintos gremios pergaminos del pregón, que eran fijados con clavos en las distintas puertas. Los otros cinco jinetes salieron de la ciudad a repartir los restantes pergaminos por los demás reinos.



El Rey Mónckhar no sólo había hablado con su general. Antes, justo después de averiguar el lugar donde se encontraba la Dragonstone roja, estuvo hablando con Eléndil.
El líder de los túnicas blancas le confirmó al rey la veracidad de los informes que le habían llegado. Además, el mago le prometió por su parte, reunir a los túnicas blancas en un cónclave.



Tres días después, el momento había llegado. Magos provenientes de todos los rincones de Shakával, y que vestían la túnica blanca, se habían congregado en La Gran Universidad de La Hechicería; que existía en Longoria, desde tiempos inmemorables.
Tras saludar a sus amigos y recordar viejos tiempos en los jardines de la universidad, todos se adentraron en ella y se reunieron en un gran auditorio.
 -Queridos amigos, me alegro mucho de volver a veros a todos.
Como sabéis, celebrar un cónclave no es algo habitual. No os mando llamar, si el motivo no es importante.
Muchos de vosotros ya sabréis porqué os hecho venir, o sospecharéis algo. De todos modos, expondré el tema tanto para unos como para otros.
Seguro que habréis oído hablar de los draconianos -afirmó Eléndil.
 -Sí, esas terribles criaturas son la comidilla del gremio-dijo un mago de piel oscura de unos cuarenta años, proveniente del reino de Téstad.
 -No son criaturas aportadas por ningún dios. Son abominaciones de la naturaleza, creadas por la magia negra de los túnicas negras -recriminó un mago anciano, de una larga barba blanca.
 -He oído decir, que han sido creados a partir de los huevos robados a los dragones -aportó un mago del reino de Kalienon.
 -Todos estáis en lo cierto. Pero no sé si sabéis que esas criaturas se están extendiendo por los reinos del este, sometiéndolos.
 -Podemos defendernos de ellos, con la ayuda de los dragones -afirmó una maga a la que Eléndil conocía muy bien, llamada Edna.
 -Eso ya no es posible. La Dragonstone roja se encuentra en su territorio -le hizo saber su líder.
 -Entonces… ¿qué podemos hacer? -preguntó el mago proveniente de Téstad.
 -Sí, ¿qué podemos hacer? -volvió a preguntar otro.

Entonces, el cónclave se volvió un nido de avispas. Todos veían problemas y ninguno aportaba una solución.

 -¡Silencio! -se quejó Eléndil.
Aunque algunos se callaron, otros siguieron discutiendo.
 -¡He dicho silencio! -volvió a insistir el líder de los túnicas blancas.
Esta vez, aunque con desagrado, las voces fueron apagándose.
 -He pensado, que quizás deberíamos pedir ayuda a los túnicas grises.
 -Aunque Bermelión aceptara ayudarnos, no sería bastante. Yo creo, que si consiguen la ayuda de los dragones rojos, sólo podríamos hacerles frente con armas mágicas. Es nuestra única oportunidad -propuso la maga Edna.
 -¡Insensata! ¡Eso es imposible! -expresó un mago del reino de Mirania.
 -Calma señores -pidió Eléndil con mesura-. No quiero contradecirte, Edna… pero lo que apuntas sería incluso más peligroso. Esas armas, sólo se hayan en un mausoleo… …El Mausoleo de La Orden de Los Caballeros de Dragón… y este mausoleo se encuentra en el cementerio de dragones, el lugar donde tiene su cubil Ilrahtala.
 -Ya sé que es un suicidio, pero es la única oportunidad que tenemos.
 -Bien, amigos, si estáis de acuerdo, propongo dejar la decisión de ir a buscar las armas mágicas en manos del rey; y en lo que respecta a Bermellón, seré yo mismo quién vaya a visitarlo.
Llegados hasta ese punto, no tenían mejores opciones. De modo, que todos estuvieron de acuerdo con la sabia decisión de su líder, dándose por terminado el cónclave.


Lana se encontraba en La Gran Universidad de La Hechicería esperando a su maestro. Ella aunque ya dominaba el arte del ilusionismo tanto como él, pues ya había podido alcanzar el nivel tres (magia avanzada); no podía asistir al cónclave, ya que aún no había conseguido ninguna túnica… y cuando lo hiciese, sería la túnica gris, pues el ilusionismo era magia neutral; no pertenecía ni a la magia blanca, ni a la negra.
En lo referente a su situación con Silvan, la relación se había consolidado mucho durante estos dos años. Eran una relación basada en el amor, el respeto y la confianza. Ambos eran muy felices juntos.

Por fin Eléndil, su maestro, apareció ante ella.
 -¿Qué tal ha ido el cónclave? -le preguntó Lana.
 -Como es habitual.
Querida alumna, cuando nos reunimos los magos… las decisiones que tenemos que tomar, nunca son fáciles.
 -Y… ¿cuáles habéis tomado?
 -Sólo dos. Una creo que no te afecta, así que, lo sabrás a su debido tiempo. En lo que concierne a la otra, creo que sí.
Tengo que ausentarme durante un tiempo. Debo realizar un viaje. Acudiré a visitar a Bermelión, el líder de los túnicas grises, al que en un futuro tu rendirás cuentas. Durante mi ausencia, quiero que vayas a visitar a una amiga llamada Edna, que vive en el bosque de half. Le he pedido que te enseñe ilusionismo, y ha aceptado de buen grado.
 -Pero yo nunca he tenido otro maestro que no seas tú. Además, ¿por qué no puedo acompañarte? -protestó la maga.
 -El viaje que debo hacer, debo hacerlo solo. Represento a los túnicas blancas, y debo acudir ante Bermelión como tal. Sólo podría acompañarme algún colega mío, porque visten la túnica blanca. Pero prefiero ir solo. Tu no podrías acompañarme, pues no vistes túnica alguna, y cuando lo hagas, será la gris. Además, el bosque de ignion es un lugar muy peligroso.
En lo relativo a Edna… he de decirte Lana, que yo ya no puedo enseñarte ilusionismo. Tu ya eres tan buena como yo. En cambio, ella si puede hacerlo. Es la mejor maga de ilusionismo que existe; y desea enseñarte y ser tu maestra.

Cuando oyó esto, Lana cambió de idea de inmediato. Ella siempre había soñado aprender magia, en especial ilusionismo, y nunca se había puesto límites.
 -De acuerdo. Iré a aprender ilusionismo con Edna. Por cierto, ¿cuándo puedo ir?
 -En cuanto desees.

 -Iré dentro de unos días. Mientras que no inicies tu viaje, quiero estar contigo el máximo tiempo posible.

domingo, 15 de febrero de 2015

Capítulo 36 de Dragonstones 1









SE UNEN LOS ALIADOS


   Para sorpresa del enemigo y fortuna de los elfos silvanos los altos elfos acudieron a la batalla. Serían unos dos mil quinientos al frente de los cuales volaba en su pegaso Vanya. No tardaron en mostrar sus armas al enemigo. Armados con arcos, lanzas y espadas se lanzaron al ataque. Sus parientes silvanos los vitorearon cuando los vieron.

En un principio intentaron acabar con los guerreros del caos… pero pronto comprobaron que las armaduras los defendían muy bien. Con todo, lograron acabar con algunos antes de descubrir a los bárbaros del caos. De modo, que se unieron a los elfos silvanos que atacaban en sus halcones gigantes; y juntos, elfos silvanos y altos elfos, halcones gigantes y pegasos arremetieron desde el aire contra los bárbaros.

Por otro lado, Mónckhar, el rey longoriano, y Almare, el rey silvano, dirigían a sus tropas contra los guerreros del caos de Véstark. A ellos, se unieron los duendes, y también los dos hombres-árbol, pues no tenían mucho que hacer con los dos ogros.
Combatiendo a éstos últimos estaban el príncipe y el general de los elfos silvanos, Isilion y Máblung. Más tarde, se unieron a ellos Alan y el gnomo Guizbo.

Gracias a los altos elfos la batalla se fue decantando a favor de las fuerzas del bien, hasta que aparecieron nuevos aliados del mal.

Un nuevo ejército formado por orcos, orcos negros, goblins, hobgoblins, snotlings, trolls, trolls de piedra, y hasta dos gigantes, uno de ellos un cíclope; al servicio de los orcos, aparecieron por el noreste.
Algunos de los orcos traían pequeños carros de guerra tirados, unos por jabalíes gigantes, y otros, por lobos también gigantes. Estos animales eran usados igualmente como su montura.
Los goblins, sus tropas lacayas, aunque no inspiraban tanto miedo, avanzaban con unas terribles máquinas de guerra… dos catapultas. Todo esto, sin contar con el variado armamento con que contaban tanto orcos, hobgoblins, goblins, trolls y gigantes.
Los orcos -orcos y orcos negros- utilizaban escudos, lanzas, arcos y rebanadoras; los goblins -goblins y hobgoblins- y snotlings manejaban escudos, lanzas, espadas, cuchillos, hachas, mazas pequeñas, mayales, redes, y armas espora; los trolls -trolls y trolls de piedra- usaban cachiporras y mazos de piedra o cráneos de bestias; y por último, los gigantes, empleaban hachas, mazos, espadones, y enormes cachiporras, algunas de ellas ensartadas por espadas cortas.
Los orcos, criaturas inmundas, medían unos dos metros; robustos y de piernas torcidas, tenían un andar parecido al de los monos. Además, tenían unos largos brazos con los que casi alcanzaban el suelo... eran calvos y con grotezcas caras y orejas perrunas; sus mandíbulas tenían enormes colmillos, y sus ojos porcinos brillaban rojizos en la oscuridad, enterrados bajo un gran ceño. Su piel de color marrón oliva oscuro, siempre estaba cubierta de mugre.
Los orcos negros se diferenciaban de los anteriores en su tamaño y color de piel. De anchas espaldas, medían alrededor de dos metros y medio de altura, y eran mucho más musculosos. Su piel era marrón oscura-grisacea.
Los goblins medían metro y veinte centímetros, eran delgados y de color verde-negruzco; y como ambos orcos, eran calvos y tenían los ojos rojizos, pero en cambio, sus caras parecían deformes y astutas; con narices prominentes y aguileñas, grandes orejas puntiagudas, y bocas llenas de colmillos.
Los hobgoblins medían un metro con ochenta centímetros. Eran similares a los humanos, aunque andaban encorvados y tenían las piernas torcidas. Lo que más los diferenciaba de éstos, era el color de su piel, marrón-amarillento oscuro; y sus cabezas, extremadamente feas comparadas con las humanas. Tenían colmillos como los orcos y los goblins, nariz ancha como los humanos negros, orejas grandes, pequeños ojos oscuros, mejillas cubiertas de larga barba negra, y la cabeza de pelo largo, liso, y negro.
Los snotlings eran muy parecidos a los goblins. Sólo se diferenciaban de éstos en su estatura, setenta y cinco centímetros; en sus narices, algo más pequeñas; y en el color de su piel, marrón-grisáceo, con tonos verduscos. Además, sus cuerpos estaban llenos de barro seco y otras sustancias mucho peores.
Los trolls medían más de tres metros de altura. Eran moles monstruosas y retorcidas, y con unas manazas enormes.
De huesos duros y fuertes tendones, eran todo músculo, y tenían una fuerza descomunal. Sus cabezas eran grandes, con cráneos redondos, ojos hundidos de color naranja, frente prominente, y orejas grandes y puntiagudas. Por último, el color de su piel era marrón parduzco-grisáceo.
Los trolls de piedra medían tres metros y medio de altura, eran alargados… aunque caminaban encorvados… y de cuerpos fibrosos, cubiertos excepto en la barriga, los pectorales, los bíceps, y la cara, por una segunda piel pedregosa que les servía de coraza.
En sus manos y pies, tenían unas uñas larguísimas que se clavaban como dagas en sus enemigos.
Sus cabezas caían hacia delante, similares a las de un gremlin malvado, y eran todo orejas… Éstas eran extremadamente abiertas y puntiagudas, y se asemejaban en su forma a las alas de los murciélagos, aunque no en su color.
Sus ojos eran todo negro en la claridad, y se volvían todo blanco en la oscuridad.
Sus prominentes narices, eran regordetas y alargadas, y caían levemente hacia abajo, tapando parte de sus enormes bocas, llenas de un sin fin de colmillos, largos y afilados, como agujas.
En cuanto al color de su piel, eran de color azul marino-grisaceo, excepto sus orejas, sus pectorales, y su hinchada barriga, que eran de color blanco.

Y pasando a los dos gigantes…
…El primero, el gigante, medía cinco metros y medio, era musculoso, y parecía un vikingo con barba.
El segundo, el cíclope, medía cuatro metros y medio, era delgado, calvo y con barba, y tenía una única ceja castaña, sobre su enorme ojo.


Uno de los ogros... 
...criaturas que estaban en un término medio entre los humanos y los gigantes, en cuanto a físico, pues medían algo más de tres metros y medio -eran muy anchos-, moles de músculo de piel gruesa y esqueletos recios, y caras muy feas y grotescas, a medio camino entre humanas y orcas, con grandes colmillos y ojos inhumanos... 
...aprovechó el desconcierto que produjo el nuevo ejército que apareció por el flanco izquierdo, y de un mandoble de su gran hacha, cesgó la vida de Alan. Corta fue la experiencia vivida por el antiguo marinero, junto al grupo, pero muy intensa. Durante su aventura junto a ellos, sobre año y medio, se había encontrado con un dragón-tortuga, un kraken, y nereidas en el mar… aunque a algunos de estos ya los había visto antes… y con skavens, ratas-ogro, vampiros, guerreros del caos, águilas gigantes, dragones, eawoks, avens, elfos oscuros, altos elfos, elfos silvanos, halcones gigantes, duendes, dríades, gnomos, unicornios, hombres-árbol… y muchos más.

Se podía decir, que tuvo el final de vida deseado.

Tras la muerte de Alan, Isilion se subió a la espalda del ogro que mató a su compañero... que vestía unas botas de piel y una malla que le dejaba los hombros, los brazos, y los muslos al descubierto… y, tras un duro forcejeo, logró taparle los ojos a la criatura. Ésta se revolvió e intentó atacarlo, pero el príncipe silvano le cortó ambas manos, primero, y luego la cabeza.
Mientras tanto, Máblung y Guizbo seguían ocupados con el otro.

Los altos elfos dejaron de atacar al ejército de los guerreros del caos, ya muy mermado, y se dirigieron hacia el nuevo ejército.
Al verlos, los goblins prepararon las catapultas; las cargaron entre varios de ellos, con rocas, y las lanzaron. Los altos elfos sorprendidos, no tuvieron tiempo para esquivar con sus pegasos las rocas, y muchos de ellos cayeron muertos junto con sus monturas, sobre las praderas de Sunesti.
Pero pronto respondieron lanzando un sinfín de flechas hacia sus enemigos. Los arqueros orcos, vestidos en cuero negro (pantalones, abrigo, jubón, y botas) y protegidos con cascos, algunos de ellos con penachos, le devolvieron el ataque con sus arcos.
Una multitud de flechas se cruzaron en el cielo, alcanzando en gran parte, sus objetivos.
Vanya, el general de los altos elfos, intentó alcanzar con sus flechas con plumas de fénix, una de las catapultas. En su primer intento, no lo consiguió porque se hallaban muy lejos. Con todo, abrasó a muchos de los goblins que se hallaban cerca de las catapultas.
Los goblins, que vestían una especie de túnica negra y unas capuchas alargadas, -con aperturas para sus puntiagudas orejas-, parecidas a las de los nazarenos, de color azul marino en su mayoría, y algunas negras, excepto la del líder que era roja… al descubrir las intenciones del alto elfo, se apremiaron y volvieron a lanzar las catapultas… provocando incontables pérdidas en los altos elfos.

Pronto, los orcos que montaban sobre los lobos y los jabalíes gigantes se lanzaron contra el enemigo que se batía en tierra contra los guerreros del caos. Tras ellos, los seguían varios carros de orcos tirados por las mismas bestias.
Éstos a diferencia de los arqueros, vestían solamente un jubón de cuero negro con un taparrabos y unas tobilleras de piel marrón. Y, aunque no llevaban cascos, si solían llevar brazaletes y hombreras de acero, y alguna argolla en hombros, nariz u orejas.
Como armas utilizaban lanzas y algunas rebanadoras, y se protegían con escudos, normalmente de madera. Los orcos de los carros -dos por cada uno-, en cambio, utilizaban un látigo y una puya de doble punta para hostigar a las bestias... el que dirigía el carro; y una lanza… el que atacaba desde él. Además, se protegían con cascos.

Siguiendo los carros, marchaban los orcos negros. Éstos vestían un jubón sin mangas que le llegaba hasta media pierna, de cuero negro, como sus botas; sujetado con un ancho y grueso cinturón de acero, como sus brazaletes y los cascos que algunos llevaban. A parte de estos cascos, alguno de ellos con cuernos, llevaban dos rebanadoras, que utilizaban al mismo tiempo como arma y protección.

Muchos de los altos elfos decidieron bajar a tierra para enfrentarse de igual a igual con los orcos… entre ellos, Vanya.

Los snotlings, que tan sólo llevaban como prenda un taparrabos mugroso, se unieron a los goblins con sus cuchillos y mazas pequeñas para atacar a los altos elfos; otros los ayudaban a suministrar rocas a las catapultas. Los goblins utilizaban lanzas, escudos, espadas, mayales, redes, y armas espora.
Encabezando a los goblins y a los snotlings iban los hobgoblins. Vestían muy parecido a los orcos negros, aunque el jubón era a modo de chaleco, abierto por el pecho; y bajo él, tenían una malla de manga corta. Como armas utilizaban espadas, hachas, y escudos.
Tras ellos, venían los trolls, que vestían únicamente un cinturón con un taparrabos, e iban armados con cachiporras y grandes mazos de piedra. Los trolls de piedra vestían igual, aunque utilizaban mazos de piedra rudimentarios, -un palo con una roca atada-; y escupían ácido de sus estómagos, capaz de matar o herir aquello que alcanzaba.
Cerrando el grupo, un gigante y un cíclope. El primero vestía como los vikingos… con pieles y partes de armaduras, -dejando los brazos y muslos al descubierto…-, y casco con cuernos. Incluso llevaba varios cráneos de sus víctimas colgando de su cintura; e iba armado con una enorme hacha, un espadón, y una cachiporra ensartada por varias espadas cortas. El cíclope vestía parecido al clan de bárbaros de los yenai. Con la mayor parte de su cuerpo a la intemperie, sólo llevaba un taparrabos, unos mangotes y unas botas de piel. De su cintura, en lugar de cráneos, colgaban dos cabezas de distintas razas; y como armas, utilizaba un gran mazo, y enormes rocas que lanzaba sobre sus enemigos.


Cuando la batalla estaba alcanzando su punto álgido, apareció por el noroeste un ejército formado por mil bárbaros del clan de los yumerios a lomos de sus robustos caballos. Encabezados por su líder Ghakan, y por Tristan, también yumerio; además de Gúnnar el enano nórdico y Jim el kender, en sus ponis; de Éric en su unicornio, y de los ángeles Láslandriel e Ilene, que volaban sobre ellos.

Enseguida le hicieron frente los bárbaros del caos, y poco después, los guerreros del caos. Los elfos silvanos, junto con los longorianos, los duendes, algún que otro hombre-árbol que quedaba, y… Almare, Mónckhar, Isilion, Máblung y Guizbo, al recibir la ayuda de los yumerios, decidieron unirse a Vanya y los altos elfos para contrarrestar la superioridad del ejército de orcos, goblins, snotlings, trolls y gigantes.

Éric había avanzado mucho con la espada en un año. Con lo que le gustaba la aventura y el riesgo el ser un caballero le apasionaba. Y, aunque tan sólo contaba con quince años se defendía muy bien. A su lado se encontraban Gúnnar y Jim pero, Éric se bastaba sólo para acabar con muchos de los bárbaros del caos. el mediano en cambio, debido a su corta experiencia en la lucha, no lo hacía muy bien. Suerte que, Gúnnar lo defendía con su hacha, acabando con todo el que se acercaba demasiado al kender.

Los ángeles, sin embargo, decidieron enfrentarse a rivales más fuertes, como eran los guerreros del caos. Utilizaban sus armas y su magia contra ellos… aún así, las fuerzas estaban muy igualadas. Ghakan y Tristan se enfentaban a todo aquél que se les ponía por delante, ya fuera bábaro o guerrero, y líderaban a los yumerios con mucho criterio.

Los orcos, a lomos de los jabalíes y lobos gigantes, alcanzaron a los altos elfos que bajaron a tierra, y comenzaron una dura y encarnizada batalla. Poco después, se les unieron los orcos negros.

Los elfos silvanos fueron a por los hobgoblins; y los duendes, a por los goblins y snotlings.

Por otro lado, Isilión, Máblung, y Guizbo, que habían logrado acabar con el ogro que quedaba… resultando Máblung herido durante el combate, se habían unido a los reyes Almare y Mónckhar para luchar contra los trolls.

Los dos hombres-árbol y los pocos longorianos que quedaban se enfrentaron a los trolls de piedra.

Los gigantes, en cambio, lucharon a su antojo de un lado para otro… pues ninguno le ofrecía resistencia.


La batalla de las praderas de Sunesti había congregado a un grupo muy variopinto. Y, tanto en un bando como en otro, sufrieron muchas pérdidas. Al amanecer del segundo día, aparecieron los dragones azules. Silvan, Eléndil y Lana, montaban en ellos; y Kevin en Yúnik, su dragoncito verde. En aquél momento no quedaban bárbaros del caos, ni snotlings…

En las fuerzas del mal quedaban unos quinientos guerreros del caos, mil orcos y doscientos orcos negros, quinientos goblins y cien hobgoblins, tres de los cuatro trolls y dos de los tres trolls de piedra que vinieron… y los dos gigantes; uno de ellos un cíclope.
En las fuerzas del bien quedaban Mónckhar, Almare, Isilion, Máblung, Guizbo y Vanya… unos doscientos soldados longorianos, trescientos elfos silvanos, dos de ellos sobre halcones gigantes, cincuenta duendes, Jahnk como único hombre-árbol, y mil quinientos altos elfos.


Los goblins lanzaron sus catapultas contra los dragones. Y, aunque derribaron a dos de ellos, los demás no perdieron tiempo y fueron a vengar a sus compañeros, incendiando las catapultas.
Con todo, los arqueros orcos intentaron detenerlos con sus flechas; pero éstas inútilmente se clavaban en la dura piel de los dragones, produciéndoles heridas insignificantes. Sin embargo, las que les alcanzaban las alas, si lograban su cometido… y los dragones caían sobre la tierra de batalla, heridos, aplastando al que andubiese por allí, ya fuese de un bando u otro.

Los yumerios eran guerreros extraordinarios. Habían acabado con los bárbaros del caos en un santiamén, a pesar que éstos también lo eran. Sin embargo, su minoría les hizo ser derrotados. Tristan luchó contra su líder, venciéndolo en un duro combate. Por su parte, Ghakan se enfrentaba en estos momentos a Véstark. Los dos eran unos guerreros formidables, con todo, el guerrero del caos tenía la ventaja de su armadura.
No obstante, utilizó la ventaja del enemigo volviéndola en su contra… con su escudo reflejó la luz mágica que irradiaban las runas de la armadura de Véstark, y dejó cegado al Señor de la Guerra durante unos instantes. No perdió el tiempo y atacó el punto débil de la armadura, el cuello. Véstark recobró parte de su visión justo cuando iba a recibir el ataque, y lo hirió gravemente, antes que éste  lo matara, sesgándole la cabeza.

      Por otro lado, Éric se había comportado como un caballero. Mató a muchos bárbaros del caos. Pero ahora, que no quedaban, junto a Gúnnar y Jim intentaba defenderse de los guerreros del caos… pues poca cosa podían hacer contra ellos.
Los ángeles en cambio, si podían luchar contra ellos con esperanzas, tenían excelentes armas, y podían utilizar la magia. Además, si lo consideraban necesario, podían atacarlos desde el aire, sin temor a ser combatidos.

Los altos elfos dominaban en cierto modo a los orcos, pero no tanto a sus monturas. A veces, por temor a que hirieran a sus pegasos, tenían que luchar desde el aire. Superaban en número a los orcos, y podían luchar con espadas, arcos y lanzas… con todo, los orcos se defendían bien con sus rebanadoras, lanzas y arcos. Y, que no decir de los orcos negros…

Aunque quedaba un número muy limitado, se defendían como bestias… y atacaban con una crueldad, propia solo de ellos.
Vanya junto a tres de los suyos, se vieron rodeados por varios de ellos; uno era el cabecilla de los orcos negros. Logró acabar con uno de ellos con su “Arco Fénix”, la flecha se prendió y al alcanzar el cuerpo del orco negro, lo carbonizó. Pero no tuvo tiempo para volver a utilizarlo, pues los demás orcos negros enseguida se les echaron encima. El general logró parar la acometida del líder orco, al que le rebotó la fuerza de su impacto contra el mismo, pues el “Escudo Espejo Élfico” tenía esta peculiaridad. Los otros orcos negros consiguieron derrotar a los tres altos elfos que acompañaban a Vanya… y querían unirse a su líder contra el general elfo. En cuanto el gran orco negro se dio cuentas, mató a uno de los suyos, y prometió matar a todo aquél que le disputara su presa.

Vanya al principio se defendió bien de los golpes de rebanadora del orco, pero pronto comenzó a notar el cansancio. Físicamente, su oponente era un mastodonte… todo músculo; y en la lucha era una máquina de matar. Parecía no cansarse nunca. Sus golpes eran brutales, y atacaba con todo, incluidos garras y colmillos.
Sin embargo, tenía una gran experiencia en la lucha, se había curtido en mil batallas, y era listísimo.
Sabía cuales eran los puntos débiles en los rivales de gran tamaño… los tobillos y las rodillas. Así, que solo debía esquivar los ataques del enemigo, y esperar a que bajara la guardia, para atacarlos.
No tardó mucho en conseguir herir uno de ellos. Pero entonces, el enorme orco enfurecido, lanzó un ataque tras otro, y Vanya no tenía tiempo ni para atacar, ni casi tampoco para recobrar el aliento. A pesar de todo, al final se arriesgó, pues no podía esperar más, ya que estaba agotado… y en el siguiente ataque el orco negro acabaría con él.
Consiguió herirlo cerca de la rodilla de la misma pierna que le hirió el tobillo… logrando dejarlo cojo de esa pierna. Pero, el orco no desaprovechó la oportunidad y le asestó un golpe mortal al general elfo. Logrando matarlo.


Los elfos silvanos pronto acabarían con los hobgoblins. Tenían a su favor los halcones gigantes, los unicornios, y que eran mayoría frente a estas criaturas agresivas y despiadadas. Además, contaban con mejores armas… espadas, lanzas y arcos; y sus enemigos sólo con espadas, hachas, y escudos. Con todo, durante cierto tiempo le ofrecieron resistencia. Después, se unieron a los duendes contra los goblins. Éste fue un bonito combate… a pesar de ser muy pequeños, disponían de armas muy variadas. Para los segundos, la armas espora, hechas de hongos y mohos venenosos, les resultaron muy útiles. Y lo mismo les sucedió con las redes, que contra los duendes les eran muy eficaces. Éstos no podían amansarlos con su música, pero si podían llamar a los pájaros del bosque iluminado para que los atacaran.
Además, como sus enemigos, tenían armas venenosas… las cerbatanas de dardos venenosos. Pero también podían atacarlos con hondas, arcos y lanzas.

Aunque los goblins comenzaron con quinientas unidades, y entre los elfos silvanos y los duendes superaban las trescientas con dificultad… el combate, aunque igualado, pronto fue decantándose a favor de elfos y duendes. Sin embargo, sufrieron numerosas pérdidas.

Luchando contra los tres trolls estaban Mónckhar, Almare, Isilion, Máblung y Guizbo. Máblung, aunque herido, se unió a su rey Almare y a su príncipe Isilion… y juntos, desde cierta distancia, los tres elfos acribillaron con sus flechas a los trolls. Mónckhar y Guizbo se defendían como podían con sus espadas. El gnomo utilizaba además un hacha y un pequeño mazo. De todas formas, los trolls eran unos adversarios temibles… lanzaban sus cachiporras y sus grandes mazos contra sus oponentes, y éstos tenían que defenderse.
Los elfos tuvieron que utilizar también sus espadas; sin embargo, Máblung se tuvo que quedar a la retaguardia, con su arco; pues las fuerzas no le daban para más.

Guizbo evitó muchos golpes, trasladándose instantáneamente. Y cuando atacaba, a veces se volvía invisible para sorprender a sus adversarios.


      Los doscientos longorianos que quedaban estaban conteniendo a los dos trolls de piedra. Aunque eran muchos, y además de lanzas y espadas tenían arcabuces… los trolls de piedra estaban protegidos por su dura piel. Así que, los balines no conseguían atraversarla. Los trolls lo atacaban con sus rudimentarios mazos de piedra y con el ácido de sus estómagos, que escupían por la boca. Los longorianos morían con los cráneos aplastados o abrasados por el ácido. Aunque, algunos no llegaban a morir… gritaban de dolor, con algún hueso destrozado, o alguna parte de su cuerpo fundida por el ácido.
Por suerte, Jahnk, el hombre-árbol estaba allí para ayudarlos. De modo, que los longorianos decidieron repartirse. Unos ciento treinta atacaron a uno de los trolls de piedra, y los cuarenta restantes se unieron a Jahnk contra el otro.
El hombre-árbol cuando el troll se disponía a arrojarle el corrosivo ácido, aprovechó para lanzarle una gran roca a la boca, dejándosela inutilizada.

Aunque con muchas más muertes, acabaron con uno de ellos. El otro era cuestión de tiempo.


      Los gigantes, hasta aquél momento, habían causado muchas muertes. Ninguno era rival para ellos. Todo el que tenía valor para enfrentárseles, moría rápidamente. Sin embargo, todo esto acabó con la llegada de los dragones y Eléndil.
Dos de los azules fueron a por ellos; Krakok el dragón que montaba Silvan, y el dragón del mago.
A pesar de ello, no era fácil atacarlos. Para poder acabar con ellos, debían acercarse mucho, si no era así, sólo conseguían producirles heridas sin importancia. La primera vez que Krakok se acercó lo suficiente, el gigante se protegió con su cachiporra, y ésta se incendió… así que tuvo que deshacerse de ella.
Durante las siguientes veces, el gigante no paró de atacarlo con su espadón, para no dejarle  ocasión al dragón de lanzarle su fuego.

Mientras tanto, Eléndil que fue a por el cíclope, no tardó en acabar con él.
Se valió del destello cegador, un hechizo elemental del nivel uno, para provocar una ceguera temporal en el único ojo del cíclope. El dragón del mago aprovechó el momento para lanzar una bocanada de fuego, que carbonizó al cíclope.

Silvan siguió insistiendo con el otro gigante hasta que éste logró agarrar una de las patas del gran azul. El dragón intentó deshacerse, pero no lo logró. Por suerte, Lana que había seguido la lucha desde cierta distancia, acudió enseguida a ayudar a su amado.
Su dragón atacó por la espalda al gigante, así que éste no lo vio llegar. Una gran llamarada acertó de lleno en su objetivo, terminando con su vida, rápidamente en llamas.

Una vez acabaron con los gigantes, los dragones no tardarían en reducir al resto de enemigos. Dando por concluida la matanza.


Sí, habían ganado la batalla, pero a qué precio…

Éaguer murió en Lásgarot. Alan y Vanya, aunque pudieron participar en “La Batalla de las Praderas de Sunesti”, también murieron.
Ghakan y Máblung estuvieron muy cerca de no poder contarlo; y Almare y Gúnnar también resultaron heridos.  Además, sus tropas quedaron muy reducidas. Contando incluso los heridos… quedarían unos doscientos elfos silvanos, ciento veinticinco longorianos y setecientos cincuenta altos elfos, en lo que se refiere a las tropas de la alianza. En el resto, quedaron unos quinientos yumerios, y veinte duendes. Jahnk como único superviviente de los hombres-árbol, aunque su estado era deplorable… y un sólo halcón gigante, de los que acudieron con los elfos silvanos…

…Hasta los dragones azules vieron reducido su número considerablemente.


Por todo ello, a pesar de haber vencido, todo el mundo estaba triste y cabizbajo.





     
      Al poco tiempo, meses después de la batalla, en Silvanya nacía el hijo de los príncipes Isilion y Mialee… al que llamaron Joel.



Aquél sería el primer motivo de alegría de nuestros amigos, tras tanto sufrimiento.